Muchas procesiones de Domingo de Pascua y de Lunes Santo, muchas tradiciones populares y grandes obras de la Historia del Arte recogen la escena del encuentro entre Jesús Resucitado y la Virgen María.
Los Evangelios no recogen esa escena ni tampoco los otros textos del Nuevo Testamento. La Iglesia no enseña oficialmente que tal cosa pasara en vida de María.
Pero la devoción popular y la imaginación de los artistas siempre han querido imaginar la escena, igual que muchos cristianos que han perdido a seres queridos pueden encontrar alegría y consuelo imaginando el reencuentro con ellos en el Cielo, ante la presencia de Dios.
Una procesión castellana en 2014 recrea el encuentro alegre entre el Resucitado y su Madre
Muchos teólogos han escrito sobre esta posibilidad. El sacerdote y teólogo agustino recoleto Donato Jiménez Sanz escribió hace unos años:
«¿Qué añade esta aparición de Jesús a su Madre? Nada en lo esencial. O sí. Es bueno caer en la cuenta de que las acciones de Dios discurren muchas veces fuera del carril meticuloso que fabrican los hombres. Y que los más sabrosos secretos de Dios quedan ocultos a los ojos de los humanos. Es la teología de lo escondido que tanto inculca Jesús y que S. Mateo coloca como principio de santidad auténtica». Y añade: «Es, pues, justo y natural, es teológico, pensar que Jesús dio “por añadidura” este gozo a su Madre».
Algunos santos que reflexionaron sobre ello
Jiménez Sanz cita algunos santos que hablan de esa posible aparición de Cristo a su madre la Virgen María, aunque los más antiguos (San Ambrosio, San Paulino de Nola) son autores del siglo IV. En la Edad Media la defendían San Alberto Magno y San Bernardino de Siena. Ya en el siglo XVI hablan de ella San Lorenzo de Brindis y San Ignacio de Loyola, que en sus Ejercicios escribe: «Primero: apareció a la Virgen María, lo cual, aunque no se diga en la Escritura, se tiene por dicho en decir que apareció a tantos otros; porque la Escritura supone que tenemos entendimiento como está escrito».
Incluso en nuestros días hay teólogos y teólogas más o menos modernistas que por afán feminista están dispuestos a asegurar que Jesús se debió aparecer a María antes que a nadie más (y que una iglesia machista y molesta debió esconder tal hecho).
Así lo presentó Madre Ágreda en el s.XVII
En España, y en lengua española, una de las visualizaciones más detalladas y difundidas de ese reencuentro se puede leer en la Mística Ciudad de Dios, la famosa obra escrita por la venerable y religiosa concepcionista Sor María de Jesús de Ágreda (1602-1665), en su célebre obra Mística Ciudad de Dios publicada en 1670. Recogemos dos fragmentos de su obra que describen escenas ligadas a la Resurrección de Jesús y a la Virgen María.
María siente que Jesús ha resucitado
“Y en el mismo instante que el alma santísima de Cristo entró en su cuerpo y le dio vida, correspondió en el de la purísima Madre la comunicación del gozo, que […] estaba detenido en su alma santísima y como represado en ella aguardando la resurrección de su Hijo santísimo. Y fue tan excelente este beneficio, que la dejó toda transformada de la pena en gozo, de la tristeza en alegría y de dolor en inefable júbilo y descanso».
«Sucedió que en aquella ocasión el Evangelista San Juan fue a visitarla, como el día de antes lo había hecho, para consolarla en su amarga soledad, y encontróla repentinamente llena de resplandor y señales de gloria a la que antes apenas conocía por su tristeza. Admiróse el Santo Apóstol y, habiéndola mirado con grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería resucitado, pues la divina Madre estaba renovada en alegría”.
Jesús Resucitado se aparece a la Virgen María
«Estando así prevenida María santísima, entró Cristo nuestro Salvador resucitado y glorioso, acompañado de todos los Santos y Patriarcas. Postróse en tierra la siempre humilde Reina y adoró a su Hijo santísimo, y Su Majestad la levantó y llegó a sí mismo. Y con este contacto —mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas santísimas de Cristo— recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que sola ella le mereció, como exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera recibirle si no fuera confortada de los Ángeles y por el mismo Señor para que sus potencias no desfallecieran».
«El beneficio fue que el glorioso cuerpo del Hijo encerró en sí mismo al de su purísima Madre, penetrándose con ella o penetrándole consigo, como si un globo de cristal tuviera dentro de sí al sol, que todo lo llenara de resplandores y hermoseara con su luz. Así quedó el cuerpo de María santísima unido al de su Hijo por medio de aquel divinísimo contacto, que fue como puerta para entrar a conocer la gloria del alma y cuerpo santísimo del mismo Señor. Y por estos favores, como por grados de inefables dones, fue ascendiendo el espíritu de la gran Señora a la noticia de ocultísimos sacramentos. Y estando en ellos oyó una voz que le decía: Amiga, asciende más alto (Lc 14, 10)».
«Y en virtud de esta voz quedó del todo transformada y vio la divinidad intuitiva y claramente, donde halló el descanso y el premio, aunque de paso, de todos sus trabajos y dolores. Forzoso es aquí el silencio, donde de todo punto faltan las razones y el talento para decir lo que pasó a María santísima en esta visión beatífica, que fue la más alta y divina que hasta entonces había tenido. Celebremos este día con admiración de alabanza, con parabienes, con amor y humildes gracias de lo que nos mereció y ella gozó y fue ensalzada».
Estas escenas y reflexiones han despertado la imaginación de pintores y artistas cristianos de todas las épocas.
María Valtorta en la obra «El Evangelio según me ha sido revelado»:
618
Jesús resucitado se aparece a su Madre.
María ahora está postrada rostro en tierra. Parece un pobre ser abatido. Parece esa flor de que ha hablado, esa flor
muerta a causa de la sed.
La ventana cerrada se abre con un impetuoso golpeo de las recias hojas, y, bajo el primer rayo del Sol, entra Jesús.
María, que se ha estremecido con el ruido y que alza la cabeza para ver qué ráfaga de viento ha abierto la ventana, ve a
su radiante Hijo: hermoso, infinitamente más hermoso que cuando todavía no había padecido; sonriente, vivo, más luminoso
que el Sol, vestido con un blanco que parece luz tejida. Y lo ve avanzar hacia Ella.
María se endereza sobre sus rodillas y, uniendo las manos sobre el pecho, dice con un sollozo que es risa y llanto:
«Señor, mi Dios». Y se queda arrobada, contemplándolo con su rostro lavado todo en lágrimas, pero sereno ahora, sosegado por
la sonrisa y el éxtasis.
Pero El no quiere ver a su Madre de rodillas como una sierva. Y la llama tendiéndole las Manos, cuyas heridas emanan
rayos que hacen aún más luminosa su Carne gloriosa: « ¡Mamá!»….