«María, la belleza de la Misericordia»: una reflexión en torno a la Piedad de Miguel Ángel

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Reproducimos a continuación el artículo presentado a concurso para los Premios Cari Filii 2016 por Antonio R. Rubio Plo, en donde la Piedad de Miguel Ángel Buonarroti, esculpida entre 1498 y 1499 e incorporada a la Basílica de San Pedro, se nos muestra como ejemplificación de la Misericordia divina.

María, la belleza de la Misericordia

A partir de una mirada sobre una reproducción de la Piedad de Miguel Ángel, un profesor se dirige a un antiguo alumno para hacerle reflexionar sobre la belleza que encierra la misericordia, hecha presente en María.

Querido José Luis:

Habrás pasado muchas veces, y yo también, frente a esa reproducción de La Piedad de Miguel Ángel, que está en los jardines de la parroquia. Aunque a veces presumo de fijarme en los detalles, no he reparado en ella más que en contadas ocasiones. Sin embargo, el otro día, mientras esperaba a un amigo, dirigí la vista a la imagen y la observé con un detenimiento que no tuve cuando visitaba apresuradamente las capillas de la basílica de San Pedro.

Me imagino que cuando estudiabas historia del arte te explicaron la Piedad. No sé si te dirían que era una muestra del clasicismo renacentista y que la Virgen tiene un rostro más joven que el de su Hijo. Todo eso es cierto, aunque la Piedad es, ante todo, una imagen singular de María, Madre de la Misericordia. Es Cristo, la Misericordia del Padre, a quien la Virgen tiene entre sus brazos. ¿Dónde estaría, José Luis, la Misericordia divina si no nos la hubiera traído Jesús? Te sonará alguna vez de los salmos de la Misa lo de que el Señor es “un Dios lento a la cólera y rico en piedad”. Pero la única forma de convencer a los hombres de esa afirmación consistió en que el Hijo de Dios se hiciera hombre por medio del seno de María, que dijo sí a la gran propuesta de la misericordia, proveniente de un Padre que sale al encuentro de sus hijos, creados a imagen y semejanza suyas por medio de su Hijo.

Aunque solo estudiaste el arte durante un curso, el mero hecho de haber elegido esa materia, demuestra que tienes sensibilidad y  busca un significado a las cosas. Buscas, en definitiva, la belleza, que solo puede contemplarse desde el estupor. La Piedad no es un bloque de mármol que ha servido para recordar un suceso histórico, ni tampoco un modelo para fijar cánones estéticos. La Piedad es a la vez Misericordia y Belleza, porque María es ambas cosas. ¿Sabes que en el Vaticano la capilla, en la que se encuentra la imagen, es contigua a otra en la que está el sepulcro de San Juan Pablo II? No creo que sea casualidad, pues fue el papa polaco el que quiso rescatar del olvido en la vida cristiana la palabra “misericordia”, precisamente con una encíclica titulada Dives in misericordia, y tampoco será casual que su tumba esté muy cerca de aquella de la que se sentía Totus tuus.

Hay mucha gente que cuando oye la palabra “piedad” la identifica con compasión o incluso con lástima. Por tanto, piedad sería lo que debió de sentir María ante el cuerpo de Cristo, exangüe y desgarrado por los tormentos. Si hubiera sido así, con esos criterios meramente humanos, la mirada de la María de Miguel Ángel sería lánguida y triste. Sin embargo, no puedo concebir el rostro de la Madre, nublado por la tristeza, aunque su dolor no sea semejante a otros dolores. No hay tensión externa en ella, si acaso en los pliegues de su vestimenta. Su rostro es hermoso, de una belleza absoluta y sin tiempo, esculpido por un joven artista de veinticinco años, y aparece en actitud pensativa pensando, o mejor dicho meditativa, pues la Madre guarda todas las cosas en su corazón. Pensar es un mero ejercicio de raciocinio, y meditar es poner todo, incluso nuestros más íntimos sentimientos, en la presencia de Dios. Me atrevo a creer que María está renovando el amén, el fiat, que dijo al ángel en el momento de la buena noticia de la Encarnación.  Además, su tarea no ha terminado con la Redención. Antes bien, empieza entonces y por los siglos venideros. ¿A quién se dijo antes que a Ella, que estaba “llena de gracia”? No sé si te acordarás de una jaculatoria, que decían tus abuelos al final de cada misterio del Rosario y empezaba así: María, madre de gracia, madre de misericordia… La Virgen es madre de misericordia porque previamente la gracia de Dios se ha desbordado en ella. Y ya sabes que su Hijo nos dio en el evangelio muchos ejemplos de palabra y obra para ejercer la misericordia, pues la misericordia no solo es compadecerse de los sufrimientos y miserias ajenas sino, sobre todo, pasar a la acción como pasó aquel samaritano que recogió al hombre malherido y abandonado.

Seguro que habrás pensado alguna vez que rezar el Rosario es monótono y aburrido, pero, desde mi experiencia de la fe cristiana, te aseguro que el Rosario es también un instrumento de misericordia. Con él, alabamos a María y recordamos los momentos más importantes de su vida y la de su Hijo, pero al mismo tiempo es una oración de petición. Pide por todas aquellas personas a las que quieras hacer el bien, pero a veces también tendrás que pedir, suplicar a esa Madre de Misericordia, por aquellos que no te quieren bien o están alejados, por el motivo que sea, de ti. El corazón puede conmoverse ante las miserias porque somos humanos, aunque eso no es suficiente. Tenemos que conseguir que nuestro corazón se agrande, y esté hecho a la medida de los corazones de Jesús y de María. Solos no podremos lograrlo. Necesitamos la ayuda de Dios, pero el modo más rápido, el que algunos santos en sus escritos han asemejado a una escalera de fáciles peldaños, es pedírselo a nuestra Madre.

Abre bien los ojos y los oídos, José Luis, para encontrar en cualquier momento y lugar el semblante de la Misericordia, encarnado en la Madre y en el Hijo. Me viene este recuerdo a la mente, cuando me hablaron de un sacerdote del que decían que estaba enamorado de la belleza. Creía, como dice San Juan Pablo II en su carta a los artistas, que “la belleza es una clave del Misterio y una llamada a lo trascendente”. Recomendaba a los que lo rodeaban, sobre todo jóvenes, determinadas obras literarias, artísticas y musicales.  Desde muy niño, sintió la belleza de las cosas creadas que le llevaban a una ansiosa búsqueda de Dios, lo que desembocó en una inesperada vocación sacerdotal, y persiguió durante toda su vida las huellas de la Verdad en la cultura. Las encontraba en los más pequeños detalles de algunas obras, como el Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi, del que yo no sabía que había muerto con veintiséis años, probablemente de la tuberculosis, y ésta había sido su última composición. Al sacerdote aludido, le fascinaba el Amén del final de la obra, pues su imaginación contemplaba en ese momento el rostro de María, en tantas obras al pie de la cruz de su Hijo o en La Piedad, y descubría en él un destello de esperanza. Después de varias audiciones, me persuadí que aquel Amén tenía una impronta casi triunfal. Sí, se atisbaba en él la esperanza, pese a que desde un punto de vista meramente humano, no faltarían razones para pensar lo contrario. Y dónde esté una esperanza que nos remite al poder infinito de Dios, se encuentra también la misericordia que, por cierto, es otro de los atributos de María. Recuerda el inicio de la Salve: “Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida y dulzura, esperanza nuestra…”.

Ya sabes que estamos en el Año de la Misericordia, y habrás oído hablar de las indulgencias que se pueden ganar si se peregrina a determinados santuarios, pero que veas también este jubileo desde otra perspectiva.. Quisiera recordarte, a ti que amas la belleza de las grandes creaciones del ser humano, que todas ellas sirven para encontrarse con la belleza de la misericordia de Dios. Sobre este particular, leí hace poco una peculiar definición de la misericordia hecha por un sacerdote italiano, que la entiende como “la potencialidad de belleza que cada uno lleva dentro de sí”. En este contexto, comprendo mejor esa célebre frase de Dostoievski en su novela El idiota, aquella de que ”Solo la belleza salvará al mundo”. Lo decía alguien que en sus obras escudriñó zonas oscuras y perversas del alma humana, pero que también estaba convencido de que, a pesar de los pesares, los hombres debían ser tratados con misericordia. Detrás percibía un mandato imperativo de Cristo, el ser misericordiosos como el Padre, algo que para el escritor ruso era una forma suprema de la belleza. La belleza está en el otro cuando lo miramos con ojos de misericordia. Y misericordiosos son también esos ojos de María que, en la Salve, pedimos que se fijen en nosotros.

Te deseo de corazón, José Luis, que te encuentres con esa belleza. Si la belleza es la misericordia, podemos decir que solo la misericordia salvará al mundo. Y María nos está señalando el camino: ver a los demás con los ojos de de una Madre de misericordia.

Con sincero afecto

Tu amigo y profesor

Antonio

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