El padre Matthieu Dauchez es un sacerdote francés de 39 años incardinado en la archiciócesis de Manila, donde fue ordenado en 2004. Enseguida empezó a ejercer su apostolado entre los más pequeños de "las periferias", y desde 2011 es director ejecutivo de la Fundación Tulay Ng Kabataan, que trabaja en tres ámbitos: los niños de la calle, los niños de los suburbios y los niños chatarreros de los suburbios. Fundada en 1998 por un jesuita francés, actualmente acoge a más de 1300 niños repartidos en 24 centros.
El padre Dauchez ayuda, instruye en la fe y bendice a miles de niños pobres de Manila.
Son aquellos a quienes abrazó Francisco durante su visita a Filipinas a finales de enero, cuando la niña de 12 años Glyzelle Palomar lloró al leer ante él un mensaje sobre el drama de su vida, y al Papa se le apreció desarbolado por la intensidad del testimonio, improvisando luego su intervención.
"¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no es culpa de los niños? ¿Por qué tan poca gente nos viene a ayudar?", gimió Glyzelle antes de interrumpir sus palabras con el llanto. Ella fue niña de la calle.
Recientemente, el padre Dauchez ha publicado un libro que recoge sus experiencias de evangelización en Filipinas y las inspiraciones espirituales que le han producido a él mismo: Mendigos de amor. En la escuela de los niños de Manila (Encuentro). La Virgen María está muy presente en sus trabajos como "consoladora de los afligidos": "Los niños nunca se cansan de su ternura maternal y todas sus esperanzas parecen dirigirse hacia ella".
Ha podido comprobar personalmente cómo en los corazones de los pequeños a quienes atiende su organización, la Virgen María suscita de forma inmediata "paz y dulzura".
Lucio: un modelo de oración
En particular en el caso de los húerfanos. Confiesa su impotencia y la de sus colaboradores cuando, en el caso de niños sin madre, querrían sustituir su presencia y se dan cuenta de que para ellos es imposible.
Pero no así para la Madre de Dios, y en ese sentido cuenta la historia de Lucio, quien perdió a su padre y a su madre en apenas unos meses y fue acogido por unas religiosas del norte de Manila, junto con su hermano, cuando aún eran ambos muy pequeños. Luego la congregación se los entregó a la Fundación Tulay Ng Kabataan para que pudiesen seguir el curso escolar, donde se integraron sin dificultad.
"Una mañana, sin razón alguna", cuenta el padre Dauchez, "Lucio se marchó, desconcertando así a todos los educadores que le acompañaban porque era un niño muy estable. Fue por la tarde cuando le vimos reaparecer. Cuando le preguntamos, inquietos por saber dónde había estado, nos respondió con una emoción que se palpaba en su voz: «Necesitaba ir a ver a mi madre. He intentado encontrar el cementerio, pero ni siquiera he sido capaz…»".
Conmovidos, los profesores del centro aprovecharon esa ventana que Lucio abría en su alma para que hablase de sí mismo, de sus ilusiones, de sus esperanzas. Se encontraron con un hecho que les impactó: "Lo que le ayudaba a asumir la ausencia de su madre era recitar día a día el rosario, donde cada una de sus Avemarías, repetidas constantemente, resonaban como el latido de un corazón que no quería dejar de amar".
El padre Dauchez recuerda, como colofón a la historia, el ejemplo que supone Lucio para la vida espiritual, recordando una sentencia de Benedicto XVI: "La infancia espiritual consiste en aplicar a la vida espiritual la espontaneidad que los niños aplican a la vida natural".