«Los evangélicos me advertían contra María, pero me prepararon para amarla»: el testimonio de un converso

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Matthew Schmitz, de 32 años, es uno de los subdirectores de First Things, una de las revistas más influyentes en el ámbito del pensamiento conservador estadounidense. Titulado en filología inglesa por la Universidad de Princeton, sus columnas se han publicado en medios como el New York Times, el Washington Post, el Spectator o el Catholic Herald.

Matthew Schmitz, con su esposa Julia Yost, también subdirector de First Things. Contrajeron matrimonio en enero.

Fue educado como evangélico, pero se convirtió al catolicismo cuando tenía 21 años. En un reciente artículo confiesa que, antes de su conversión,  se enfrentaba a un problema muy común a los protestantes, que el mismo Beato John Henry Newman experimentó. “Nada me causaba más dificultad que el asunto de María», explica: «Fui educado en la desconfianza hacia toda devoción mariana. Como Calvino, me negaba a llamarla Madre de Dios, aunque realmente no podía negarle ese título. Rechazaba la Virginidad Perpetua, la Inmaculada Concepción y la Asunción. Cuando mis amigos católicos pedían la intercesión de María, les acusaba de idolatría. Creía que quien mostrase amor hacia la Madre estaba despreciando al Hijo”.

Sin embargo, algo en su formación cristiana infantil y juvenil había “incoado” su atracción por María, una “simpatía” que perduraba a pesar de los desacuerdos doctrinales en los que iba siendo educado. Y cree que no es solo una peculiaridad suya: “Si he de guiarme por mi experiencia, los evangélicos tratan a María como el modelo de la fe cristiana. Aunque explícitamente los niegan, implícitamente reconocen como apropiados los títulos que los católicos le atribuyen”.

Maternidad Divina. “Pedir a Jesús que entrase en mi corazón no era un hecho aislado, sino una oración repetida a menudo, como las avemarías del rosario… Una y otra vez, yo deseaba ser como los iconos de la Theotokos [Madre de Dios], en lo que Cristo aparece en el seno de María”. En las reuniones de su comunidad evangélica, el modelo no reconocido “era siempre María”: “Toda nuestra memorización y meditación se hacía imitando a la Madre de Dios. Queríamos llenar nuestra mente con la palabra de Dios. Queríamos ser llenados con el Logos mismo. Queríamos ser… como ella”.

Virginidad Perpetua. En las reuniones evangélicas de jóvenes se les exhortaba a conservar la virginidad porque sus cuerpos eran templos del Espíritu Santo. Pero “María no era solamente el templo del Espíritu Santo sino el templo literal y físico de Dios Encarnado. Su vientre era el Santo de los Santos, el lugar donde moraba la divinidad… La idea de que María pudiese llevar en él a alguien distinto a Cristo nos chocaba como algo incongruente, como si se convirtiese el Arca de la Alianza en una bañera”. Y Schmitz recuerda que la creencia en la virginidad perpetua de María fue universal entre los protestantes hasta hace muy poco: “Los esclavos que cantaban The Virgin Mary had one Son, glory hallelujah [La Virgen María tuvo un hijo, gloria, aleluya] no eran católicos», recuerda Matthew.

El clásico gospel The Virgin Mary had one Son, en versión del cantautor Josh Garrels.

Inmaculada Concepción. “Prácticamente todos los sermones que escuché en mi juventud me instaban a entregarme completamente a la gracia de Dios. Constantemente se me recordaba que las obras humanas no pueden sustituir el sacrificio de Cristo”. Afirma Schmitz que “María fue elevada al estado de gracia desde el primer momento de su existencia, y de la forma más auténtica y maravillosa fue redimida en previsión de los méritos de Cristo”. Cuando Matthew aceptó la fe católica años después, encontró una clave evangélica que no tenía: “Dejé de sentir una cierta incomodidad ante las palabras angélicas de la escritura: ‘Ave, llena de gracia’”.

Asunción.  Desde su infancia, Schmitz asumió como “perfectamente natural”, dentro de su formación evangélica, que “un santo pudiese ser llevado al cielo en cuerpo y alma”: “Y aunque no esperaba que hubiese carros de fuego, esperaba que un día sería elevado a los cielos. Y esperaba que mi madre también. ¿Por qué habría Dios de negar a su propia madre lo que yo deseaba para la mía?”.

Intercesión. “En mi congregación evangélica compartíamos peticiones en la oración todos los domingos por la mañana. Pedíamos a amigos, padres, ancianos y pastores que rezasen por nosotros. Pero pensábamos que hacer una petición a María era un acto impío”. Y eso, a pesar de que admitían que “uno puede comunicarse con otros cristianos en virtud de la unión que compartimos en Cristo”. Por todo ello, “María, que está mucho más cercana a Cristo que cualquiera, es la que mejor puede escuchar y confortar a sus hijos”.

El Beato John Henry Newman (1801-1890), el más importante converso inglés al catolicismo en el siglo XIX. Matthew Schmitz recuerda su célebre paradoja ecuménica.

Así pues, concluye Matthew, aunque como evangélico negaba los grandes dogmas marianos, todo en su práctica cristiana conducía a ellos. Y recuerda la paradoja señalada por Newman, de que “hay más afinidades ecuménicas allí donde las diferencias teológicas son más extremas”. El santo cardenal destacaba en los evangélicos “más huellas y parecidos con la gracia y la verdad” que entre los anglicanos: aquéllos “vivían en una forma que remitía a un ideal católico”.

“Mis profesores evangélicos”, recuerda Schmitz, “me advertían contra María, pero de alguna forma me prepararon para amarla”.

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