Los textos que se meditaron este Viernes Santo en el Viacrucis celebrado en torno al Coliseo de Roma, y presidido por el Papa Francisco, son obra de Giancarlo Maria Bregantini, arzobispo de Campobasso-Boiano (Italia), a partir del tema central de este año: En el rostro del hombre sufridor está el perfil de Cristo.
Por ese motivo todos ellos tuvieron un marcado cariz social. También el correspondiente a la Cuarta Estación, particularmente dedicado a la Santísima Virgen: «Lágrimas solidarias«, se titula la reflexión en torno el momento en el que Jesús se encuentra con su Madre camin
Texto mariano de la Cuarta Estación
«Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: “Mira, este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2,34-35). «Llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros» (Rm 12,15-16).
Este encuentro de Jesús con María, su madre, está cargado de emoción, de lágrimas amargas. En él se expresa la fuerza invencible del amor materno, que supera todo obstáculo y sabe abrir caminos. Pero impresiona aún más la mirada solidaria de María, que comparte e infunde fuerza al Hijo. Nuestro corazón se llena así de asombro al contemplar la grandeza de María, precisamente en su hacerse, ella misma criatura, «prójimo» para con su Dios y su Señor.
Ella recoge las lágrimas de todas las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes condenados a muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños soldados. En ellas escuchamos el lamento desgarrador de las madres por sus hijos, moribundos a causa de tumores producidos por la quema de residuos tóxicos.
¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Solidaridad en compartir la ruina de los hijos! Madres que velan en la noche, con las luces encendidas, temblando por los jóvenes abrumados por la inseguridad o en las garras de la droga y el alcohol, especialmente las noches del sábado.
Junto a María, nunca seremos un pueblo huérfano. Nunca olvidados. Como a san Juan Diego, María también nos ofrece a nosotros la caricia de su consuelo materno, y nos dice: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 286).
ORACIÓN
Salve, Madre,
dame tu santa bendición.
Bendíceme, a mí y a toda mi casa.
Dígnate ofrecer a Dios todo lo que hoy haré y soportaré,
unido a tus méritos y a los de tu santísimo Hijo.
Te ofrezco y dedico todo mi ser y todas mis cosas a tu servicio,
poniéndome por entero bajo tu manto.
Obtén para mí, Señora, la pureza de la mente y del cuerpo,
y haz que, en este día,
no haga nada que desagrade a Dios.
Te lo pido por tu Inmaculada Concepción
y tu intacta virginidad. Amén
(San Gaspar Bertoni).