La devoción de San Juan XXIII a la Virgen María, desde su infancia y en los misterios del rosario

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El papa Juan XXIII fue desde niño un ferviente devoto de la Virgen María.

Siendo seminarista mayor, escribía el 24 de marzo de 1903:

»Mañana, gran fiesta de la Anunciación. Todas las campanas de la tierra volverán a cantar el primer Ave María del mundo. Los ángeles lo repetirán entre armonías. Los hombres lo dirán con amor.

»¡María! ¡María!, entre el concierto de tantas alabanzas a tu nombre tan bueno, tan dulce y tan santo, escucha complacida mi voz: ¡Ave María!.

¿No es eso pura poesía de un corazón infantil puro y tierno?

El 1 de mayo de ese mismo año, una nueva nota:

»Los creyentes inauguran el mes de mayo para honrar al Verbo encarnado. También yo acudo a tus pies con amor, como un niño, para ofrecerte mi vida y mis actos y para pedirte la gracia de amar cada día más ardientemente a Jesús.

»Unas palabras más para guardar tu nombre en mi corazón, para ofrecerte flores, alabanzas y mis buenas acciones para agradarte y pedirte tu ayuda. Lo que más te va a gustar en este mes será que yo haga esfuerzos continuados, aunque sin tensiones, por cumplir con mi deber de manera perfecta, serena y alegre, sin enfadarme y sin desgana.

»¡María!, tú que me has engendrado, haz que mi alma, mis pensamientos y mis actos se parezcan a los tuyos.

Estas pocas líneas nos presentan al joven Roncalli como un alma totalmente consagrada a María. Desde el momento en que lo hicieron obispo, tomó la costumbre de rezar el rosario en la capilla, después de la cena, con el personal de su casa.

Una costumbre que heredó, según él, de Mons. Radini Tedeschi y del cardenal Ferrari, de Milán.

Escogió la fiesta de María Madre de Dios (el 11 de octubre de 1962) para inaugurar el concilio Vaticano II.

Ya antes de esa fecha, había publicado la encíclica sobre el rosario (el 29 de septiembre de 1961), escrita con un corazón amante, y cuya publicación in extenso autorizó.

En la imposibilidad de citar todo este texto, publicado en el Diario de un alma, transcribimos lo que escribió en él sobre los misterios gozosos:

1) La Anunciación
»El acontecimiento más importante de todos los tiempos. El punto más luminoso de la unión del cielo con la tierra. María inmaculada, la flor más bella de la creación, responde al mensaje celestial: «Yo soy la esclava del Señor. ¡Acepto!». E inmediatamente concibe al Hijo del Dios y se convierte en madre nuestra.

»¡Misterio de la Encarnación, tan sublime y tan dulce!

»La tarea más importante y duradera que tenemos que hacer consiste en darle gracias a Dios por haber aceptado hacerse hombre para salvarnos y por ser hermano de los hijos de María.

»Al recitar las diez avemarías, pedimos la gracia de la humildad, de la pureza y del amor a Dios, cuyo modelo más perfecto es María

2) La Visitación:
»¡Qué hermosa visita! Las dos esperan el día del parto. Dos saludos perfectamente armonizados: «¡Bendita tú entre todas las mujeres!», «Dios ha mirado la humillación de su esclava. Me felicitarán todas las generaciones».

»Del monte Ain Karin ha brotado una luz humana y sobrenatural a la vez. También hoy existen familias así, que dan a luz sacerdotes, misioneros, apóstoles, y en todas las clases sociales: intelectuales, campesinos, obreros, comerciantes.

»Al recitar las diez avemarías, pidamos la gracia de la caridad fraterna, no sólo entre las familias unidas por los lazos de la sangre, sino entre todos los hombres.

3) El Nacimiento:
»Jesús nace de un seno virginal y su madre lo acuesta en un pesebre. A su alrededor, silencio, pobreza, sencillez, pureza. Tras el canto de los ángeles, viene la música de los pastores. Luego les toca el turno a los grandes personajes con sus ofrendas regias. Noche internacional.

»Todos los pueblos se arrodillan en torno al pesebre. El niño los mira y los remira. Judíos, romanos, griegos, chinos, africanos, pasado, presente, futuro.

»Con las diez avemarías ofrezcámosle los niños que han nacido durante las veinticuatro horas de este día, bautizados y no bautizados, pues todos son ciudadanos del Reino de la Justicia y de la Paz de Dios.

4) La Presentación:
»José está allí cuando Jesús, en brazos de María, aparece entre los dos Testamentos, como la luz de la revelación.

»Durante las diez avemarías, alegrémonos de la expansión de la Iglesia, unidos de manera especial a los seminaristas, novicios y apóstoles laicos.

»La Iglesia crece entre persecuciones, en un horizonte cuajado de esperanza y de gozo agradecido…».

5) El hallazgo de Jesús en el templo:
»Jesús se ha escapado de su cariñosa y constante vigilancia. Y no lo encuentran hasta pasados tres días de mortal inquietud, sentado en medio de los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas.

»Así está sentado Jesús en la Iglesia. La Iglesia lo escucha atentamente y con humildad, vuelta hacia el futuro para entender con toda su inteligencia.

»Al rezar la diez avemarías, pidamos por los que han sido llamados a servir a la verdad y a la caridad con el estudio, la enseñanza, los medios de comunicación o los audiovisuales. Oremos para que los maestros, los investigadores, los periodistas, los obreros del Evangelio sigan el ejemplo de Cristo y expongan la verdad con sinceridad y sin desviaciones ni falsificaciones.

¿Quién puede pensar que estas palabras tan juveniles sean de un papa de ochenta años?

(Texto escrito originariamente por el cardenal vietnamita Van Thuan, actualmente en proceso de beatificación)

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