La Asunción de María, un día para celebrar también su «1ª resurrección» como Reina de los Mártires

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El 15 de agosto la Iglesia universal celebra la Asunción de Nuestra Señora a los cielos en cuerpo y alma, hasta ahora el último dogma de fe definido por un Papa. En su bula Munificentisimus Deus del 1 de noviembre de 1950, Pío XII lo proclamó dejando abierta la vieja cuestión teológica de si la Virgen María murió o no murió. "Cumplido el curso de su vida terrena", dice la definición, sin zanjar el debate.

Unos consideran que, por su Inmaculada Concepción, la Santísima Virgen quedó exenta de la muerte en cuanto consecuencia del pecado original que jamás la manchó. Otros consideran que, no siendo la Tradición clara en ese sentido, como habría debido serlo ante un hecho tan singular, la Madre de Dios murió como lo hizo su mismo Hijo, exento también en cuanto hombre de esa falta de nuestros primeros padres.

Sea como fuere, la liturgia proclama a María como Reina de los Mártires, es decir, reina de quienes murieron por confesar a Cristo, beneficiarios de la "primera resurrección" de la que habla el Apocalipsis: "Bienaventurado y santo el que tiene parte en la resurreccion primera; sobre ellos no tendrá poder la muerte segunda, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con Él por mil años" (Ap 20,6). ¿Cómo se aplicaría esto a Nuestra Señora?

La aportación del obispo Castán Lacoma

Laureano Castán Lacoma (1912-2000), quien fuera obispo auxiliar de Tarragona y titular de Sigüenza-Guadalajara, abordó la cuestión en su libro más célebre, Las bienaventuranzas de María, y explicó cómo aplicarle la 39ª bienaventuranza ("la bienaventuranza de la resurrección y asunción de María") sin tener que concluir que murió, aunque admite que la muerte de Nuestra Señora es "la opinión más común y fundada".


Cartel de 2012 conmemorativo del centenario del nacimiento de monseñor Laureano Castán Lacoma.

"Si murió", explica, "hubo, previa su asunción al cielo, su resurrección, volviéndose a juntar su alma santísima con su cuerpo virginal e incorrupto por obra de la omnipotencia de Dios. Ésta fue su ´resurrección primera´. En la hipótesis de que no hubiera muerto, esa misma exención de la muerte sería esa ´primera resurrección´, gracia no menor, por cuanto mejor es conservar por virtud divina la vida que recuperarla por el favor de Dios".

De una forma u otra, "bienaventurada, pues, María porque tuvo parte en la ´resurrección primera´, como Reina de los mártires, sin tener que esperar, como el resto de los santos, hasta el fin de las edades para tomar parte en la general resurrección", concluye monseñor Castán.

Y así, su "primera resurrección" no habría sido "para prolongar su vida sobre la tierra", como el milenarismo literal atribuye a los mártires tras los tiempos escatológicos, sino como "punto de partida para su asunción al cielo, adonde fue subida y está ahora en cuerpo y alma".

Castán Lacoma, alejándose de la intepretación milenarista, "nunca aceptada por la Iglesia", considera que su "resurrección primera" es el "premio especial o aureola que Dios les tiene reservada para el cielo", así como "el culto especial que la Iglesia les tributa en la tierra". En el caso de la Santísima Virgen, sin embargo, es real, correspondiéndole así con toda justicia el título de Reina de los Mártires.

Lo cual justifica aún más vincular, como se está haciendo ya, la próxima festividad de la Asunción con la oración por los mártires de nuestro tiempo, los cristianos perseguidos por el fundamentalismo islámico en Oriente Medio y África.

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