Albert Cortina, abogado y urbanista, es uno de los grandes expertos españoles en transhumanismo, ideología a la que ha consagrado su libro Humanismo avanzado: para una sociedad biotecnológica. En un artículo publicado el domingo 21 de julio en La Razón, Cortina vincula su intervención en un congreso sobre la ideología transhumanista con un viaje a Garabandal como lugar de encuentro entre los hombres, y entre el hombre y Dios en los Sagrados Corazones de Jesús y de María, como refugio. Lo reproducimos a continuación:
Garabandal, encuentro de corazones
Hace poco fui invitado por la Universidad Complutense y la Universidad Eclesiástica San Dámaso a impartir una conferencia titulada Humanismo avanzado ante la ideología del transhumanismo. En el desarrollo del curso de verano organizado por dichas universidades entre los días 8 y 10 de julio se trataron diversos aspectos relacionados con el futuro del ser humano y del humanismo en el siglo XXI teniendo en cuenta el cambio de era en el que nos encontramos y la exponencialidad de las tecnologías emergentes. El resultado de dicho encuentro fue excelente. Del conjunto de ponencias que se impartieron y de los debates posteriores saqué una conclusión: el hombre siempre tiene la tentación de salvarse a sí mismo. Con la ideología del transhumanismo esta afirmación resulta más evidente si cabe. La vieja tentación del «seréis como dioses» se propone al hombre y a la mujer del siglo XXI bajo el señuelo de un nuevo paradigma tecnocrático transformado incluso en una nueva religión secular universal.
Sutilmente se va desplegando un mesianismo que entroniza a la diosa Razón y que pretende hibridar la superinteligencia artificial con una especie de conciencia cósmica. Todo ello amparado por un biopoder que pretende el control absoluto sobre la vida y una ideología esencialmente opuesta a los valores del humanismo cristiano y a la concepción de naturaleza humana y de creación que propone la espiritualidad basada en un Dios creador que es amor. Así pues, la cosmovisión transhumanista encaja perfectamente con la globalización y con el nuevo orden mundial.
No obstante, mi propuesta en el citado foro académico se basó en un paradigma distinto. La misión que resulta atractiva y llena de esperanza es la de implementar un humanismo avanzado acorde con la sociedad biotecnológica. Un humanismo que se centre en la persona, busque su desarrollo integral, permita la potenciación de todas sus capacidades naturales y sobrenaturales, su perfeccionamiento a partir de la inteligencia espiritual y que esté abierto a la dimensión trascendente del ser humano. La idea básica es conectar la mente con el corazón. Creo que necesitamos volver a ser niños desde el corazón para despojarnos de la soberbia a la que nos induce una mente no iluminada por el espíritu y una razón instrumental no santificada por la fe y la gracia divina. El ser humano, para ser bienaventurado y plenamente feliz, debe volver a centrarse en su corazón, es decir en el interior de su ser, lugar donde se produce el auténtico encuentro personal con el Dios-Amor.
Una vez transcurrido el curso de verano antes citado, el viernes 12 de julio viajé desde Madrid a Cantabria con Jesús y Carlos, dos excelentes arquitectos y buenas personas con las que he trabado una bonita amistad. Íbamos llenos de ilusión y de esperanza hacía aquellos bellos paisajes de la comarca de Saja-Nansa ya que teníamos que explicar un bonito proyecto en el que estamos poniendo toda nuestra mente y todo nuestro corazón. Es precioso contemplar como el primer signo visible de la misericordia divina hay que buscarlo en la belleza de la creación. La mirada, llena de admiración y maravilla, se detiene ante todo al contemplar la creación: los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas. Los ecosistemas naturales de nuestro planeta y el universo entero.
Ya San Basilio Magno, uno de los padres de la Iglesia del siglo IV, en su primera homilía sobre el Hexamerón, en el que comenta la narración de la creación según el primer capítulo del Génesis, se detiene a considerar la sabia acción de Dios, y acaba reconociendo en la bondad divina el centro propulsor de la creación. Tenemos grabado en nuestra alma el nombre de Dios, es decir, tenemos impresa en nuestro corazón esta Verdad: «En el principio creó Dios». Y es precisamente en ese bellísimo santuario natural que resulta ser el paisaje de San Sebastián de Garabandal, pequeño pueblo rural de la sierra de Peña Sagra, en un paraje denominado Los Pinos, donde el Inmaculado Corazón de María nos muestra, una vez más, el camino para un encuentro personal con el Sagrado Corazón de Jesús, el Verbo encarnado. En Garabandal se produce un auténtico encuentro de Corazones. Nuestra Madre, la Virgen del Carmen, derrama en ese bellísimo lugar enormes gracias para que nuestros corazones se unan a los suyos y descubramos a Dios, el auténtico amor de los amores.
No es pues extraño pensar que en ese santuario natural Jesús quiera establecer un espacio muy especial donde se produzca un encuentro vivo y real con cada uno de nosotros y con la humanidad entera. Ese paraje es realmente un hogar, un regalo para su Madre, que es madre de la juventud, es decir, fuente de esperanza para el futuro de la humanidad.
Tal vez el famoso milagro posterior al aviso que nos anuncian los mensajes de Garabandal resulte ser una señal inequívoca e indiscutible para nuestro mundo incrédulo y alejado de Dios respecto a la presencia real entre nosotros de Jesucristo vivo en la Eucaristía. Qué bonito sería que ese milagro eucarístico se produjese en un precioso sagrario construido de luz, vidrios de colores, mosaicos y piedra, rodeado de naturaleza, flores, incienso, velas y mucho amor. Un lugar donde se produjese un verdadero encuentro de corazones. De vuelta a Barcelona, tras unos días compartiendo ilusiones, esperanzas y proyectos en Madrid y en Cantabria recibo la terrible noticia de la muerte de Alberto, el hijo de Jesús, mi amigo arquitecto. Tenía tan solo 20 años. Garabandal de nuevo produjo un encuentro entre múltiples corazones. Simultáneamente a la tristeza natural por la pérdida de un ser querido, la familia de Alberto recibió el amor de todos nosotros. Resultó admirable su serenidad y su fe. Desde el interior de su ser, elevaban oraciones que terminaban con una frase llena de esperanza: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. El cielo quiso que ese acontecimiento, inexplicable para la mente humana, fuese puesto en contexto por nuestros corazones iluminados por la fe. Realmente, Dios sabe más.