«Me llamo Manuel Otero Méndez, tengo treinta y ocho años y soy sacerdote de la diócesis de Lugo (España), llevo doce años ordenado, los diez últimos destinado en el Seminario Menor», cuenta el protagonista de este testimonio.
«Hace cinco años que fui diagnosticado de esclerosis múltiple y desde aquel tiempo estoy en tratamiento y asintomático, solo con unas pequeñas secuelas de los primeros brotes. En aquel momento y durante unos años después, mi fe se tambaleó. Grité con fuerza al Señor: ¿por qué a mí? Y pasé por un periodo de duda y hastío, donde mi alma no era capaz de descansar en mi Señor por quién había entregado la vida al servicio de su Iglesia».
«Con la ayuda de los compañeros y la oración de tantos amigos de camino, mi fe fue recobrando vigor y dando sentido, de nuevo, a la vida de cada día. Fui consciente de que recobraba fuerza en una peregrinación a Lourdes, a la que me había invitado un compañero sacerdote. Allí noté como la Virgen María tocaba mi vida para ayudarme a retomar el camino de nuevo. Fue el inicio de una recreación espiritual, mi vida empezaba a tonificarse de nuevo», explica Manuel.
«Le pedí a la Virgen María, en el momento del rosario, que rezo con algunos seminaristas por las noches, que aumentase mi fe», recuerda. Fue antes de acudir al santuario mariano de Fátima, buscando «esa confianza total y plena que tienen los hijos en sus padres, ese lanzarse a sus brazos, sabiendo que los van a coger».
En la homilía de la misa en Fátima se predicó sobre “los susurros de Dios”, que los cristianos «hemos de estar atentos para escuchar esos susurros”.
En el momento del ofertorio se ofrecieron a Maria a los niños de las familias de un movimiento católico, pasándolos por delante de la imagen de la Virgen de Fátima que está en la pequeña capilla o «capelinha».
«De repente, veo a un niño que presentan a la Virgen María, en una actitud de total confianza, con los ojos cerrados y los brazos abiertos, como queriéndose agarrar a María. Al mismo tiempo que estaba viendo esta preciosa escena escucho en mi interior un susurro que decía: ´Así, así te quiero a ti, Manuel, confía en Mí´. Este era un niño que al bajarlo y dejarlo en los brazos de los sacerdotes que estábamos en la parte baja, me doy cuenta que es totalmente dependiente y, después de unos instantes emocionado y confundido por lo ocurrido, trato de saber donde están sus padres para entregárselo. Esta fue la confidencia que me hizo María, para poner mi corazón en sus manos y entregarme totalmente al Señor».
«Este niño fue la señal del cielo que me iluminó para poner, de nuevo, la vida en las manos de Dios y no utilizar tanto mis fuerzas para seguir caminando.
Durante bastantes años de mi vida, me parecía que con mis propias energías iba a ser capaz de liberarme de las esclavitudes que no me dejan ser verdaderamente libre. Pero esta liberación solamente por mis propios medios, no ocurrió. Sé que lo voy a conseguir, si deposito en Él mi plena confianza. Si de verdad pongo mis limitaciones, mis pecados en sus manos y pido su Espíritu para poder caminar erguido hacia el encuentro definitivo con mi Señor. Este ha sido el momento de gracia que el Señor me ha concedido por mediación de su Madre, la Virgen de Fátima«.
Manuel Otero conocería después al niño, que se llama Lucas, a su hermanita Carmen y a sus padres Javier y Ana. «Los encomendaré siempre al Señor para que los proteja, los guarde y sostenga en el caminar de cada día. Por esta fe que estoy estrenando quiero, con María, proclamar la grandeza del Señor que hace nuevas todas las cosas y recrea mi existencia y la de todas aquellas personas que se dejan tocar por Él. ¡Gracias Mamá! por seguir fortaleciendo mi fe, y la de tantos peregrinos, en tu Hijo Cristo Jesús», finaliza su testimonio de amor filial y agradecimiento a la Virgen.