En el hospital, soñaba con una canción de la Virgen; los médicos creían que moriría… pero se salvó

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A Eneika Castro le diagnostican una diabetes gestacional durante el embarazo de su hijo. Un coma diabético estuvo a punto de acabar con la vida de esta joven madre. Una junta de doce médicos consideraban que o moriría, o quedaría vegetal.

Sin embargo, la madre de Eneika, con la vista fija en una estampa de la Divina Pastora, patrona de Venezuela, la encomendó a la Virgen y a día de hoy su hija está totalmente sana, para asombro de los médicos.

Un diagnóstico que le cambió la vida
En junio de 2006, cuando Eneika Castro tenía 25 años y estaba embarazada de su primer hijo, los médicos le diagnosticaron diabetes gestacional. Era algo que en principio no preocupaba demasiado, pues según los especialistas sería algo pasajero. Eneika dio a luz al pequeño Juan Pablo, un bebé sano que pesó 4 kilos 985 gramos.
 
Eneika celebró el primer cumpleaños de su hijo. Al día siguiente, la joven se desmayó. Cuando llegó al hospital la ingresaron directamente en la Unidad de Cuidados Intensivos: sus signos vitales se estaban apagando.
 
Una canción, una señal
Durante los días que pasó ingresada en cuidados intensivos, una canción  se repetía en la mente de Eneika. “Junto a ti, María, como un niño quiero estar, tómame en tus brazos, guíame en tu caminar”. La popular canción del grupo Kairoi la acompañó en su convalecencia. Dice que esos días no oía a los médicos, no sentía nada, sólo repetía esa estrofa… hasta que despertó.
 
La madre de Eneika le contó luego que en el pasillo hacia la UCI colgaban varias imágenes religiosas. Una sutil luz blanca hizo que la madre de Eneika fijara su mirada en una estampita de la Divina Pastora, patrona de Venezuela, una advocación que mueve multitudes millonarias en Barquisimeto. Ante esa imagen de la Virgen se arrodilló, elevó oraciones y suplicó a la Divina Pastora para que intercediera por la vida de su hija.




El milagro de perseverar en la oración

El diagnóstico de la joven fue una neuropatía diabética avanzada que pronto comenzó a producir anomalías en su cuerpo, dejó de caminar, no podía levantar los brazos y ni siquiera tenía fuerza suficiente para sostener un cubierto.
 
Una junta de médicos de doce especialistas la desahuciaron: o quedaba en estado vegetal o moría. Le indicaron que la morfina era buena para calmar los dolores que describe como “intensos corrientazos que la hacían gritar”, pero se negó a usarla.
 
“Yo nunca me pregunté por qué a mí, nunca renegué. Me sentía deprimida sobre todo por mi hijo, pero le ofrecí mi dolor a la Divina Pastora, le dije que me ayudara a soportar, a pesar de que mi sufrimiento no era nada comparado al dolor que Jesús sintió en la cruz”.
 
Como un ángel guardián se presentó en la vida de Eneika una señora llamada Ramona. Ella le animó a que se aferrara a la vida, que no se dejara vencer, porque la Virgen la escucharía.
 

Procesión de la Divina Pastora de Barquisimeto, considerada la mayor del mundo
 
Constantemente la llevaba en silla de ruedas a la misa de sanación. Y su hijo, entonces con apenas dos años de edad, le rezaba el Ave María todos los días mientras acariciaba sus piernas. Poco después, cientos de personas se unieron en oración por la recuperación de Eneika.
 
Para asombro de los médicos, Eneika se curó. Se incorporó al trabajo y cambió sus hábitos de vida.
Sin embargo, al año, por estrés laboral, recayó.
 
De nuevo, Eneika ingresó en la UCI y una vez más su madre vio la luz en la estampita de la Divina Pastora. Los médicos, de nuevo, no daban nada por su vida. Esta vez fue peor: la conectaron a una máquina para ayudarla a respirar y por el peligro de muerte la familia llamó al presbítero Badoglio Durán para que le administrase el sacramento de la unción de enfermos. De madrugada Eneika fue ungida con el óleo santo a fin de prepararla para su encuentro con Dios. El padre Badoglio trazó la señal de la cruz en la frente con el aceite santo y le untó también ambas manos.
 
Contra todo pronóstico, al amanecer se despertó mucho mejor. A los pocos días, la dieron el alta médica.
Desde entonces han pasado siete años. Eneika Durán recuperó su vida. Camina, trabaja, no siente dolor, dice que su vida depende de Dios y la Virgen y no de los médicos.
 
Una vida plena en Dios
Aquellos difíciles momentos son sólo recuerdos. Eneika hoy es feliz. Eneika canta todos los domingos en su iglesia, acompañada por su hijo Juan Pablo. Ambos cantan en una tarima entre la multitud que se reúne cada 14 de enero en la procesión de la Divina Pastora. Eneika se declara, contenta, una “hija de María”.
 

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