Con el cambio de año, el Papa Francisco invita a aclamar a María como Santa Madre de Dios

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La Virgen María ha estado muy presente en las enseñanzas del Papa Francisco en las liturgias de fin de 2014 e inicio de 2015.

En el Te Deum de fin de año, la tarde del 31 de diciembre, cuando la Iglesia alaba al Señor agradecida por el año que finaliza y también pide perdón por los pecados de los hombres, el Papa Francisco pidió así el auxilio de la Virgen María:

“Que la Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios – cuando la Palabra – que era en el principio – se hizo uno de nosotros en el tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios”.

La bendición de Moisés… hasta María
En la homilía de la misa del 1 de enero relacionó la bendición sacerdotal que Dios enseñó a Moisés con la Virgen María. Un nexo para ello lo señaló en las palabras de Santa Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”.

Explicó que esta bendición está en continuidad con la bendición sacerdotal que Dios había sugerido a Moisés para que la transmitiese a Aarón y a todo el pueblo: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

El Papa destacó que con esta celebración de inicio de año la Iglesia nos recuerda que María es la primera destinataria de esta bendición, puesto que en ella se cumple, como en ninguna otra criatura, el haber visto brillar sobre ella el rostro de Dios, el Verbo eterno, a fin de que todos lo puedan contemplar.

Además de contemplar el rostro de Dios – explicó el Santo Padre – también podemos alabarlo y glorificarlo como los pastores, que volvieron de Belén con un canto de acción de gracias después de ver al niño y a su joven madre. Y destacó que ambos estaban juntos, como lo estuvieron en el Calvario, porque Cristo y su Madre son inseparables.

Tras destacar que María está tan unida a Jesús porque él le ha dado el conocimiento del corazón, el conocimiento de la fe, alimentada por la experiencia materna y el vínculo íntimo con su Hijo, Francisco afirmó que la Santísima Virgen es la mujer de fe que dejó entrar a Dios en su corazón, en sus proyectos; es la creyente capaz de percibir en el don del Hijo el advenimiento de la «plenitud de los tiempos», en el que Dios entró personalmente en el surco de la historia de la salvación.

El pueblo proclama: «¡Santa Madre de Dios!»
El Papa insistió después de la misa en estas ideas al hablar en el Ángelus desde la ventana del Palacio vaticano. Estas fueron sus palabras:
“En este primer día del año, en el clima gozoso, si bien frío,  de la Navidad, la Iglesia nos invita a fijar nuestra mirada de fe y de amor en la Madre de Jesús. En Ella, humilde mujer de Nazaret, “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn1, 14). Por eso es imposible separar la contemplación de Jesús, la Palabra de la vida que se ha hecho visible y tangible (cfr. 1 Jn 1,1), de la contemplación de María, que le ha dado su amor y su carne humana.

Hoy escuchamos las palabras del apóstol Pablo: “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gal 4,4). Aquel “nacido de una mujer” habla de manera esencial y por esto aún más fuerte de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Como afirma un Padre de la Iglesia, San Atanasio: “Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre y de él vino la salvación de toda la humanidad” (Carta a Epíteto: PG 26).  […]

A María, Madre de Dios y Madre nuestra, le presentamos nuestros propósitos de bien. A Ella le pedimos que extienda sobre nosotros, y sobre todos los días del año nuevo, el manto de su materna protección: “Santa Madre de Dios, no desprecies las súplicas de nosotros, que estamos en la prueba, y líbranos de todo peligro, oh Virgen gloriosa y bendita”.

«E invito a todos ustedes, a saludar hoy a la Virgen como Madre de Dios. A saludarla con aquel saludo: “Santa Madre de Dios”, como fue aclamada por los fieles de la ciudad de Éfeso al inicio de la vida cristiana, del cristianismo, cuando desde la otra parte de la entrada de la iglesia, gritaban a sus pastores este saludo a la Virgen: “Santa Madre de Dios”. Todos juntos, tres veces, fuerte, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”, “Santa Madre de Dios”.

Y la multitud reunida en la Plaza de San Pedro respondió al llamado del Papa y aclamó así a la Virgen

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