Ya clínicamente muerta, vio a una Señora de gran belleza que le sonrió al preguntarle si era su médico…

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Mylène: una historia de fe y de amor guiada por la Virgen.

Cuando Mylène tenía 18 años, sus padres se separaron. A consecuencia de la ansiedad que le produjo la situación, empezó a sufrir crisis asmáticas, una de las cuales obligó a un ingreso de urgencia en un hospital de Marsella. Tras una semana en coma, sufrió una parada cardiorrespiratoria y fue declarada en muerte cerebral. Pero, para estupefacción de los médicos, la joven salió adelante.

Ella misma relata las circunstancias en el portal de la diócesis de Fréjus-Toulon, de la que es obispo Dominique Rey: “Vi una mujer bellísima cubierta con un velo y radiante de luz, que me miraba sonriendo y que me dijo que se llamaba María. Como yo había abandonado toda práctica religiosa, no pensé en la Santísima Virgen. Le pregunté si era médico. Me sonrió como quien asiente, dándome a entender que estaba allí para ocuparse de mí y curarme. Me sentí en paz, porque comprendí que todo iba a salir bien”.

Al cabo de unos días recuperó la palabra y preguntó por aquella doctora, pero le dijeron que ninguna de las que la atendían se llamaba María.

Estrellas en el hombro

Durante su estancia hospitalaria, Mylène fue tomando consciencia de la gravedad de su estado físico, hasta que un día, intentando sin éxito comer unos guisantes, clamó al cielo con una oración: “No puedo seguir así, tengo 19 años. ¿Cómo voy a salir de esto? Señor, si existes, ¿por qué estoy así? ¡Yo no te he hecho nada, no he hecho nada malo!” En ese momento, una pequeña estrella se posó sobre su hombro.

Otro día, ver que no lograba caminar, volvió a suplicar a Dios: “¿Ya no voy a volver a caminar? ¡Háblame!” Y de nuevo, una estrellita se posó sobre su hombro.

No sabía cómo interpretar ese extraño fenómeno que le pasaba cada vez que rezaba.

El icono

Tras recuperarse y recibir el alta, Mylène fue acogida en casa de su tía, profundamente católica, que había rezado mucho por ella en su grupo de oración durante el coma. Cuando le contó lo que le había pasado al rezar, su tía le pidió que ofreciese su testimonio en una reunión del grupo.

“Según ella”, explica, “conmigo se había obrado un milagro. Yo no quería ir, y le decía: ‘Estoy muy alejada de la religión. No podría hablarles de Jesús, yo no sé nada’. Pero ella me convenció insistiendo en que se trataba solo de contar mi historia”.

Lo hizo, y al finalizar el encuentro se le acercó una persona para hablarle de la estrella misteriosa: “Me enseñó un icono ortodoxo, en el que se podía ver a la Virgen representada con una estrella en el hombro. En ese momento, comprendí que era ella”.

Un icono ruso, con tres estrellas (en otros son tres cruces) en la frente y los hombros de la Santísima Virgen.

En efecto, en los iconos bizantinos marianos de la Theotokos [Madre de Dios] se presenta a Nuestra Señora con el Niño Jesús en su regazo y tres estrellas, una en cada hombro y otra en su frente, símbolos de la Santísima Trinidad y de su virginidad perpetua antes, durante y después del parto.

Al servicio de los que sufren

Pasaron varios años y Mylène se convirtió en madre de familia. Ante nuevas pruebas que le planteó la vida, fue a Medjugorje y allí vivió otra experiencia mariana muy fuerte que, a su regreso a casa, la impulsó a comprometerse en diferentes servicios a la Iglesia: catecismo, oración de las madres…

Cuando se experimenta esta paz y este amor, uno está deseando darlos a conocer, explica: «El sufrimiento de los demás nos impulsa a ser testigos para acercarles a un camino liberador”.

Luego, tras un retiro espiritual, tuvo lugar también un cambio profesional. Mylène se orientó hacia la osteopatía: “Siempre he tenido personas en mi camino que me han ayudado a no abandonar la fe. Tuve la gracia de encontrar en ese momento un osteópata cristiano que me orientó”. En esa tarea, Mylène se siente útil viviendo la fe cerca de quienes sufren, en este caso disfunciones de movilidad.

El Rosario, un «motor»

“Cada mañana, comienzo rezando el rosario. ¡Es mi motor!», concluye: «En mi oficina tengo un icono misionero de Notre-Dame de Clarté [Nuestra Señora de la Claridad], que proviene de las dominicas de Salernes, que tienen un ministerio de compasión.

Icono peregrino de Nuestra Señora de la Claridad.

Durante el día, le confío todos mis pacientes: ‘María, tú les ves, tú les escuchas, pon en su corazón a tu hijo Jesús’. Yo, que a veces soy un poco torpe en mis oraciones, le pido a María que las diga a su manera. Así se convierten en oración suya”.

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