El bello comentario del obispo Aguer sobre la Salve: «Llamamos ‘vida’ a María porque es la Mediadora, no una pantalla que nos separa de Cristo»

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Monseñor Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata (Argentina), publica un breve y bello comentario sobre una de las oraciones más apreciadas por los fieles católicos.

Monseñor Héctor Aguer es arzobispo emérito de La Plata (Argentina), miembro de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas, así como académico honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma). Fiel defensor de los principios católicos y gran devoto de la Virgen María, ha publicado un breve comentario sobre la Salve, que recoge la web Infocatólica.

A continuación puedes leer las palabras del obispo argentino sobre esta bella oración:

Breve comentario a la «Salve»

La ‘Salve’ es una de las piezas gregorianas que conoció una amplísima difusión y una gran popularidad: muchos católicos incluso ancianos la conocían y cantaban, aún personas que del latín no conocían más que unos pocos cantos gregorianos. Comentarla implica señalar rasgos mayores de la espiritualidad católica.

‘Salve…’: el comienzo es el saludo romano equivalente al ‘Ave’ de la Anunciación, que inicia el ‘Avemaría’, quizá la oración mariana más popular. La referencia a la Anunciación identifica el saludo ‘Salve’ con la expresión que el evangelista Lucas atribuye al Arcángel Gabriel: jaíre, que literalmente significa ‘alégrate’. En italiano se conserva el ‘Ave’, y en francés se dice ‘je vou salue’. ‘Salve Regina’. El título de Reina se aplica a María desde muy antiguo. Más recientemente Pío XII estableció una fiesta litúrgica para celebrar la realeza de la Virgen y publicó la encíclica ‘Ad Caeli Reginam’. La condición real de la Madre del Señor se entiende en relación a la realeza de Cristo: la Madre del Rey es Reina. Podemos recordar una imagen visual: en la Basílica romana Santa María in Trastevere se ve en el ábside un mosaico del siglo XII que presenta a Jesús y a María entronizados como el Rey y la Reina. Un detalle bellísimo a destacar es que Jesús pasa su brazo derecho sobre el hombro de María, como abrazándola.

‘…Mater misericordiae’ por ser misericordiosa y por ser Madre de Cristo, que es la misericordia misma. Esta atribución es retomada cuando la oración menciona los ‘ojos misericordiosos’, o sea que expresan la misericordia del alma y miran con cariño redentor. Se pide que esos ojos vuelvan a mirarnos. ‘…vita, dulcedo et spes nostra’ Decirle a María que ella es nuestra vida puede tener un significado general, a saber, se la llama así a la persona a la que se ama intensamente. Pero también ese apelativo que le damos se refiere a lo que Cristo es para nosotros. San Pablo escribe: ‘Para mí la vida de Cristo’. Dios es nuestra vida: en él vivimos, no movemos y somos; Cristo es nuestra vida como Verbo Creador y como Redentor. En este caso la referencia es a la vida sobrenatural de la gracia. Llamamos vida a María porque ella es la Mediadora, no una pantalla que nos separa de Cristo, sino todo lo contrario, nos une a él. ‘Dulzura nuestra’, otra expresión de intenso amor. ‘Gustar’ a María con todos los sentidos espirituales del alma. Decirle que es nuestra esperanza tiene una amplia significación: ante la seriedad del Juez contamos con su intercesión maternal. Ella es el reaseguro de que disponemos. Se trata entonces de la esperanza teologal, que tiene por término a Dios y al cielo; Ella ‘entra en el sistema’ de nuestra relación con Dios en Cristo. ‘Nuestra’ es el posesivo: hemos sido agraciados con el don de tenerla como vida, dulzura y esperanza. Después diremos también que es nuestra Abogada.

Otra vez el saludo: salve, que da inicio a lo que puede considerarse otra estrofa de la antífona: ‘a ti clamamos’ o si se quiere, ‘llamamos’; es la invocación que hace el orante, que se identifica como desterrado o exiliado hijo de Eva. Es esta una clara referencia a la expulsión del Paraíso. ‘Suspiramos gimiendo y llorando’. Suspirar o aspirar con deseo a la ayuda; es un grito de socorro de quien se haya sumergido en ‘este valle de lágrimas’.

Según la simbología bíblica, a Dios se lo encuentra en la montaña; para encontrarse con Él es necesario subir, como lo hicieron Moisés y Aarón y los ancianos de Israel. En este sentido, el valle en el que se halla el exiliado hijo de Eva significa la lejanía de Dios que sigue al pecado original. El realismo de esta oración es impresionante, desautoriza el vacuo optimismo que valoriza exageradamente el mundo presente. El Antiguo Testamento es bien claro al respecto. Citemos, como ejemplo indiscutible el salmo 89 (90): la vida del hombre es de 70 años, en el más robusto hasta 80, pero la mayor parte de esos años son ‘fatiga inútil’ porque pasan aprisa, y nosotros ‘volamos’.

‘Eia, ergo…’, en castellano: ¡ea, pues!, Tiene valor de saludo e invocación, es como si se comenzar de nuevo; se dirige a la ‘Abogada nuestra’. Se señala así la mediación de María en nuestro favor; Ella ‘aboga’ por nosotros ante el Señor. Ahora se le pide que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos: otra vez su misericordia se inclina -eso pedimos- sobre nuestra miseria, que ha sido claramente descrita. El último pedido suplica que nos muestre a Jesús. Evoquemos las escenas del nacimiento y puesta en el pesebre; nada impide pensar que a las visitas (pastores, magos) ella mostraba, señalaba a Jesús. En el ícono oriental de la Odigitria la mano de María muestra o señala a Jesús. El pedido es para que ello suceda ‘post hoc exsilium’, es decir, tras nuestra muerte. Es como volver al Paraíso.

‘El realismo de esta oración es impresionante, desautoriza el vacuo optimismo que valoriza exageradamente el mundo presente’.

Notar también la identificación de Jesús como ‘fruto bendito de tu vientre’, como en el Avemaría. La ‘ostensio Christi’ puede ser referida al silencioso papel de María en la Eucaristía de la Iglesia, una relación que muy pocos teólogos han advertido. El final de la antífona es otra invocación a quien es ‘Clemens’, ‘Pía’, ‘Dulcis’, títulos que responden a las descripciones que se hacen en el texto del papel de la Virgen respecto de nosotros. La clemencia, la piedad y la dulzura (o suavidad) son nombres de una misma actitud en nuestro favor. En este breve comentario queda claro que la Salveresume toda la Mariología, condición que podría ampliarse respecto de todas las verdades católicas que atañen a la Madre del Señor.

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