«A través de Bernadette, María nos recuerda que estamos hechos para la alegría del cielo»

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Con motivo de la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, el obispo de Tarbes-Lourdes ofició la misa solemne en la basílica de San Pío X cercana a la gruta, y durante la homilía aprovechó la visión apocalíptica de San Juan sobre la Iglesia en la segunda lectura del día para compararla con el mensaje que nos llegó el 11 de febrero de 1858 a través de Santa Bernadette Soubirous.

Como «la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo» (Ap 21, 2), así descendió la Santísima Virgen sobre Massabielle, explicó Nicolas Brouwet, quien cumple tres años al frente de la diócesis y a sus 52 años es uno de los obispos más jóvenes de Europa.

Ella es el hogar de Dios… nosotros también
«Ella desciende del cielo ataviada como una novia, ella, que se entregó sin reservas a su Señor; ella es el hogar de Dios, ella que concibió a Cristo en su seno y que se mostró totalmente disponible a la Palabra del Padre. Mediante su sonrisa, ella nos habla de la alegría del cielo, de la alabanza a Dios, de la felicidad de estar con Él para toda la eternidad. Ella es la primera Iglesia».

«María, en Lourdes», continuó monseñor Brouwet, «vino a animar a la Iglesia, a fortalecerla, a recordarle su vocación a la acción de gracias y a la oración de alabanza. A recordarnos a nosotros, cristianos, a través de la pequeña Bernadette, la belleza de nuestra vocación, la grandeza del proyecto de Dios para cada uno de nosotros, por pequeño, por pobre, por enfermo que sea: somos el hogar de Dios, el templo donde le gusta vivir, y hemos sido creados para la alegría del cielo. Hemos sido creados para compartir con ella la vida de la Santísima Trinidad».

Bajo su mirada acogedora
Según monseñor Brouwet, en Lourdes y por mediación de María, Dios nos demuestra «cuánto nos ama y qué valor tiene a sus ojos nuestra vida». Y, dirigiéndose a los miles de enfermos congregados este miércoles en Lourdes, se preguntó: «¿Cuántos de nosotros hemos llegado a la gruta cargados de oraciones que nos han pedido, trayendo también con nosotros el peso de nuestros problemas personales, de nuestra debilidad, de nuestras contradicciones, de nuestro rechazo a Dios, de nuestra falta de docilidad al Espíritu Santo, de nuestro desánimo?».

La respuesta se encuentra en la madre de Dios: «Y sabemos que encontraremos consuelo cerca de Nuestra Señora, que nos recibirá su mirada acogedora. María nos consuela. Y nos enseña a hacer lo mismo, a llevar sobre nuestros hermanos y hermanas una mirada acogedora, que anima, que ayuda a reemprender el camino».

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