martes, 15 de octubre de 2024

Saber más sobre los dogmas de fe marianos II

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA, proclamado por el Papa Pío IX, el día 8 de diciembre de 1854, en la Bula “ Ineffabilis Deus”.

La concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en el cuerpo, materia orgánica, procedente de los padres. Es el comienzo de la vida humana. Y Dios quiso que la vida de Maria, se iniciara sin el pecado original, debido a la misión que la iba a encomendar: ser la Madre del mismo Dios. Desde el momento de su concepción en el vientre de su madre, Santa Ana, María quedo preservada de todo pecado, por los méritos de Su Hijo Jesucristo. Es la llena de gracia desde su concepción.

Dios se fijó en Ella porque le atrajo su humildad, su sencillez, su pureza y la llenó de una singular gracia, de un estado sobrenatural del alma en unión con Dios, para acoger en su seno al Verbo Encarnado.

La Biblia no menciona el dogma tal como ha sido proclamado (igual que no lo hace con la Trinidad, por ejemplo) pero una interpretación de la Sagrada Escritura a la luz de la tradición apostólica y el desarrollo del magisterio de la Iglesia, hicieron posible su proclamación en 1854.

Los fundamentos bíblicos los podemos encontrar en el proto-evangelium Gn 3,15, en Lc 1,28 y en Ap12,1.

El primer tratado sobre la Inmaculada Concepción lo escribió un monje de Canterbury, Eadmero, donde rechazaba en María la objeción de San Agustín, de la transmisión del pecado original a la generación humana. Los teólogos del siglo XIII presentaban las mismas dificultades que San Agustín. El franciscano Juan Dums Escoto, a principios del siglo XIV, inspirado por San Francisco de Asís, devoto de la Inmaculada, brindó la clave para superar las objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción: Cristo redimió a María preservándola del pecado original. Se trata de una redención singular, no por liberación sino por preservación del pecado.

Ella por ser criatura humana necesitaba de la salvación de Cristo, pero recibió por adelantado los méritos salvíficos de Cristo, por deseo expreso de Dios. Así pues María fue inmune a la concupiscencia, esos deseos irregulares del apetito sensitivo dirigido al mal. Y siendo libre, optó por preservar esta gracia tan especial, evitando cualquier ocasión que la hiciera caer.

Las Universidades de París, Colonia, Valencia, Alcalá de Henares, Salamanca y otras proclamaron a María Inmaculada como Patrona, ya en el siglo XVI y XVII.

Así se fue preparando la proclamación del dogma y superando las objeciones teológicas al respecto: María quedó llena de gracia desde el primer instante de su vida. Acogió a Jesús con amor desde el inicio de su vida terrenal y lo entregó al mundo.

El número 493 del C.A.T expone que los Padres del a tradición oriental llaman a la Madre de Dios “La Toda Santa” (Panagia) la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo hecha una nueva criatura. Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.

(Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecimo, Madrid, 1992, I parte, 490-493).

LA ASUNCIÓN A LOS CIELOS DE MARÍA, proclamado por el Papa Pío XII, el día 1 de noviembre de 1950, en la bula “Munificentissimus Deus”.
El número 966 del C.A.T. expone que finalmente la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte (LG 59).

La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos.

Sobre la Asunción de María a los cielos, el interesante estudio que elabora Jaroslav Pelikan, titulado «María a través de los siglos», Yale University 1997, nos describe como la consideración de María como Hija de Sión y descendiente del pueblo de Israel permitía forzar las páginas del Antiguo Testamento buscando información adicional sobre ella.

Cuando después de la resurrección, Jesús se apareció a los discípulos de Emaús, y les empezó a explicar las Escrituras, se iniciaría un proceso que se consideraba legítimo aplicar de igual manera a la Virgen María. La ausencia de información del Nuevo Testamento sobre qué ocurrió cuado el curso de su vida terreno llegó a término, no fue obstáculo. Por ello en la bula Munificentissimus Deus, la profecía de Isaías » Aniquilará la muerte para siempre»(Is 25,8) que San Pablo aplicó a Cristo «Y cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortal, entonces se cumplirá la palabara que está escrita la muerte ha sido absorvida en la victoria (1Cor54)», se extendía a María.

Según el método de la amplificación, La Virgen era digna de todos los honores y privilegios que según el Antiguo Testamento y el Nuevo se habían aplicado a otros. Esta afirmación se basaba en la posición singular y superior de María respecto al resto de la humanidad.

Las descripciones bizantinas de la dormición de la Virgen, las vidas de los dos santos del Antiguo Testamento, aportaban datos sobre cómo alguien podía ser asunto en cuerpo y alma a los cielos, una vez concluida su vida terrenal. Así el episodio de Enoc en el Génesis,y el episodio dramático de Elías en el segundo libro de los Reyes. Los autores judíos y la devoción se agarraron a estos textos y los ampliaron. En el Nuevo Testamento, Elías apareció junto a Moisés en la transfiguración (Mt 17,3).

El relato de las hermanas de Lázaro, evangelio que se lee en la Asunción, termina con esta frase de Cristo «María, pues ha escogido la mejor parte, y no le será quitada» (Lc 10,38-42). Se refería a María la hermana de Lázaro pero muchos autores han considerado que esta frase se aplicaba de forma más perfecta a María, la Madre de Jesús.

El texto veterotestamentario “Subiste a la cumbre llevando cautivos, te dieron tributo de hombres, para que también los rebeldes habitasen con el Señor Dios» (Sal 68,19) aplicado a la ascensión de Cristo, se consideró apto para la asunción de María, pues tras su asunción, la humanidad recibió todo tipo de dones.

Y en la promesa de Cristo “ El que quiera seguirme, que me siga, y dónde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará» (Jn 12,26),

¿No había entre los mortales criatura que no le hubiera servido mejor que su Madre?

(Ibid. I parte, 966)

(Cf. Yaroslav Pelikan, María a través de los Siglos, Yale Univesity, 1997)