Previa aclaración sobre las fuentes de estudio, según el Catecismo de la Iglesia Católica ( abrev. CAT).
La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo.
La Tradición recibe la Palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite a sus sucesores, para que ellos iluminados por el Espíritu de la Verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación (Nº 81 CAT).
Esta tradición es la que llamamos apostólica, que es la que viene de los apóstoles que transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo.
La primera generación de cristianos no tenían aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la tradición viva (cf. Nº 83 CAT).
El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios oral o escrita, ha sido encomendada sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma (Nº 85 CAT).
El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio ( Nº 86 CAT).
Así la Tradición, La Escritura y el Magisterio de la Iglesia , según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas (Nº 95 CAT).
María, ensalzada por la gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de ángeles y de todos los hombres, por ser Madre de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial.
Desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de Madre de Dios. Principalmente y a partir del Concilio de Éfeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y amor, en la invocación e imitación: » Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo » (Lc 1,48-49).
Este culto singular, se distingue especialmente del culto y adoración al Verbo Encarnado, Jesucristo, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha ido aprobando dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa y de acuerdo con las condiciones de tiempos y lugares, y teniendo en cuenta, el temperamento y manera de ser de los fieles, hacen que al ser honrada la Madre, el Hijo, sea mejor conocido, amado y glorificado y a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos.
Por ello el Concilio Vaticano II, propugna el correcto culto a la Virgen María, en la liturgia, en los ejercicios de piedad, en el desarrollo teológico, propiciando una fe verdadera en la Madre de Dios que nos impulse a la imitación de sus virtudes, que tienda siempre al fin último que es Cristo: origen de toda verdad, santidad y piedad (cf. Const. Dog. CVII, Lumen Gentium, año 1964, cap.VIII).
*Nota: Las citas bíblicas que aparecen en esta web dedicada a la Virgen María, corresponden a las que se han publicado en la versión oficial de la Conferencia Episcopal Española, la Sagrada Biblia, ed. Biblioteca de Autores Cristianos, año 2011.