Reproducimos a continuación el artículo presentado a concurso para los Premios Cari Filii 2016 por el periodista Alfonso Basallo:
¿PERO HAY REMEDIO CUANDO YA NADA TIENE REMEDIO?
¿Pero hay remedio cuando ya nada tiene remedio? ¿Qué hacer cuando el mal está hecho?, ¿qué hacer con las cicatrices del corazón o la gangrena del alma?, ¿existe algún remedio cuando ya nada tiene remedio?
La historia de Margarita es muy actual. Es una historia de heridas, gangrenas y hospitales de campaña. De dolor, y también de misericordia.
Margarita, una adolescente italiana descubre que ha cometido el error de su vida nada más casarse. No porque no quiera al marido, ni porque éste no le corresponda, sino porque el marido es mafioso. Y violento. Y no está dispuesto a cambiar.
El marido, Paolo, pertenece a un clan cerrado, que se rige por la ley del ojo por ojo, y donde las traiciones son castigadas con ejecuciones sumarias. Tiene una concepción de la familia que parece sacada de la película El padrino. Una concepción exclusivista, celosa, implacable.
El choque entre la dulce adolescente y el piélago de horrores que hay más allá del tálamo es demasiado fuerte. Y sin embargo… sin embargo se quieren. Margarita trata de disuadirlo, pero Paolo replica que su vida “profesional” no le concierne.
Les pasa lo que a muchas jóvenes parejas: entre ellos se interpone la familia. Sólo que en este caso no hablamos de una suegra entrometida sino de algo peor: la familia mafiosa. Y cuando la chica apela a su amor, él sostiene que sí, que bueno, pero que se debe a su familia.
Margarita se plantea si debe rehacer la vida lejos del monstruo. Porque no está dispuesta a bendecir la vida de violencia de su marido. Pero su madre le aconseja que haga el esfuerzo de comprender a su esposo, en vez de esperar a que él la comprenda a ella. ¿Comprender a un asesino?
Comprender –razona la chica- es imposible. Es lo imposible. Pero no quiere dejarle, y se debate en la duda.
A pesar de todo, se decide a hablar con él y sorprendentemente éste le abre su corazón. La chica descubre que Paolo es el primero que sufre por la vida que lleva, pero a la vez no puede dejar esa vida: es un plano inclinado de fatalidad.
Margarita se pone en su lugar, e intenta comprender. Y eso supone paciencia y una buena dosis de sufrimiento. Y Paolo termina cambiando. El perdón le transforma. Lo que probablemente no le habría transformado es que ella hubiera rehecho su vida por su cuenta.
Pero la misericordia mueve montañas. Y Paolo deja las armas, se aparta de la mafia y recupera la vida familiar. Sin embargo, la desgracia persigue a Margarita como una maldición. Paolo paga un precio demasiado caro por cambiar de vida. La mafia va por él y lo liquida.
Todo esto parece el bloque de sucesos de un telediario sensacionalista, o una película de mafiosos pero es un hecho real. Ocurrió hace seis siglos en Italia, y su protagonista es Rita (Margarita) de Casia (1381-1457), una jovencita mezclada en un torbellino de sangre y vendettas.
Cometió un error, casarse sin conocer bien al chico. Pero una vez casada, cargó con el pesado fardo y asumió su responsabilidad.
Podía haber dicho: comparto almohada con mi enemigo, quién me habrá mandado meterme en este lío… y haberse largado. Comparados con su drama, los problemas de las parejas del siglo XXI nos parecen una fruslería.
Rita, sin embargo, se puso en los zapatos del otro y no le abandonó a su suerte (eso quiere decir la palabra con-sorte, correr su misma suerte). Se sabía realmente vinculada con su esposo y estuvo al pie del cañón. Le quiso en la salud y en la enfermedad, en la vendetta y el crimen. Le quiso tal como era.
Alguien puede objetar que todo eso es demasiado elevado para la gente corriente, y que Rita fue santa de altar. Pero ella no lo sabía. Se murió sin saberlo, después de una vida marcada por el sufrimiento. Logró que sus dos hijos varones no vengaran la muerte de su padre, pero los vio morir siendo muy jóvenes. Más tarde profesó como monja agustina y falleció a los 76 años, tras una vida de oración y austeras penitencias. La Iglesia no la canonizó hasta 1900, 500 años después de su muerte.
Si fue la patrona de las causas imposibles es porque ella misma fue testigo de la misericordia. Demostró que todo se debe perdonar. Todo. Creer lo contrario habría sido una enmienda a la totalidad del mensaje cristiano.
Como otra joven de Palestina, 15 siglos antes, que perdonó lo imperdonable: la muerte de su Hijo. También ella se enfrentó al fracaso más absoluto y a la sensación de que el mal tiene la última palabra. Pero como Ella, Rita creyó, abrió el corazón y perdonó. Y desató nudos que parecían gordianos.
Logró la cuadratura del círculo, lo imposible. Por eso es la patrona de las causas perdidas, de lo que ya no tiene remedio.
El matrimonio parece en el siglo XXI una causa perdida, una batalla que casi nadie quiere dar, por falta de fe en el vínculo. Es duro ver fracasar, una y otra vez, a amigos y parientes; resulta inquietante ver tantas uniones rotas y tantos hogares tristes, y constatar que la convivencia parece condenada a la discordia.
¿Qué hacer? ¿Existe algún remedio cuando ya nada tiene remedio? Rita de Casia demostró que se puede. ¿Cómo? Amando, sufriendo, rezando. Siguió el consejo de su madre (sé misericordiosa), que a su vez seguía el consejo de la Madre. Se tomó en serio el vínculo. Se aferró a ese cordón de hierro que se trenza libre y voluntariamente, que te ata libre y voluntariamente al esposo, y te hace salir de tí misma para convertirte en el otro, aunque ese otro sea un sicario de la Mafia. Ése es el secreto de la unidad. Lo dice el refranero: “dos que duermen en el mismo colchón son de la misma condición”. Y también la Celestina: Calisto expresa así el deseo de unión con su amada Melibea: “Yo melibeo soy”.
Como la joven palestina, 15 siglos antes, aferrándose a su vínculo, aceptando su misión, amando y perdonando. Y desatando todos los nudos.