Desde mediados de marzo se han ido suspendiendo, una tras otra, todas las grandes manifestaciones de la piedad popular en todos los países del mundo. Incluso allí donde las autoridades eclesiásticas han podido o querido salvar el culto público en los templos, las calles, estricta competencia de las autoridades civiles, se han cerrado para las grandes masas de fieles.
Eso ha convertido este 16 de julio de 2020, festividad de Nuestra Señora del Carmen, en el de memoria más triste, particularmente en las localidades de costa. No porque sea una devoción privativa de ellas: ahí está la gran procesión que recorre cada año en esta fecha el madrileño barrio de Chamberí, nutrida de devotos que resisten el calor de julio en pleno centro de la Meseta, sin una orilla de agua salada en cuatrocientos kilómetros a la redonda; o el recorrido fluvial de la Virgen por el Pisuerga, en Valladolid, que sí ha tenido lugar.
Pero no cabe duda de que es junto al mar donde se dan sus expresiones más vistosas, con cientos de barcos custodiando cada imagen y populosas cofradías pugnando por descenderla a la playa y llevarla a hombros hasta el lugar de culto, ante miles de personas que rezan a la protectora de marinos y marineros.
La impresionante Salve a la Virgen del Carmen en la Playa de La Carihuela (Torremolinos, Málaga).
Nada de eso tendrá lugar este año. Se han mantenido las fiestas y los actos litúrgicos, con las limitaciones de aforo ya habituales.
Acto en Cartagena, en vísperas de la Virgen del Carmen.
Pero las muestras multitudinarias de piedad, y en particular las procesiones marineras, han sido suspendidos de forma casi generalizada, tras descartarse la hipótesis de convocatorias limitadas o simbólicas que las habrían desnaturalizado o no habrían podido controlarse.
No hay procesión marinera por la Concha de San Sebastián ni en la bahía de Santander, ni en Ceuta ni en Melilla; no la habrá en Marín (Pontevedra) ni en Cartagena; faltarán a la cita los puertos asturianos y los gaditanos, no mecerán las olas a Nuestra Señora ni en Valencia ni en Las Palmas de Gran Canaria…
Un inmenso silencio en los mares donde otros años todo era alegría, luz y color y, sobre todo, oración colectiva.