José María Melchor Sánchez de Toca y Catalá, general de Brigada (retirado), diplomado en Estado Mayor, doctor en Historia y Marqués de Somió, falleció el pasado 25 de marzo, festividad de la Anunciación de María y Encarnación del Hijo de Dios. Tenía 78 años, pues había nacido el 6 de enero de 1942.
Casado, con ocho hijos y diecinueve nietos. A las vicisitudes propias de la vida militar (traslados, destinos, misiones en el extranjero), añadió una inquietud intelectual y una curiosidad natural por conocer la verdad.
Se crió en el ambiente cristiano de su época, pero en un determinado momento de su vida adulta, ya casado y con siete hijos, tuvo un proceso de conversión interior que le llevó a replantearse su vida. Desde entonces comenzó una incesante labor apostólica en sus círculos de familiares, amigos y profesionales que le granjeó muchas conversiones y varios sinsabores.
Estudió la obra de Anna Katarina Emmerick tanto en versión alemana como francesa con la finalidad de dar a conocer ese tesoro de revelación privada, lo que le llevó a publicar en los años ochenta La amarga pasión de Nuestro Señor Jesucristo. A ese libro le seguirían las publicaciones de Los secretos de la Antigua Alianza, Vida de María Niña y Vida de María Madre. Colaboró en la traducción y edición de las obras de Santa Hildegarda y también en en investigaciones sobre los libros de plomo (El múltiple misterio de los libros de plomo) y sobre las profecías relativas a España (Los profetas de la Piel de Toro).
En otros ámbitos históricos, publicó varias obras sobre los Tercios de España y sobre el Gran Capitán y publicó en varias enciclopedias sobre Historia de España.
Un apóstol del Rosario
Pero sobre todo se preocupó de extender la devoción mariana del Rosario y del papel de Nuestra Señora como mediadora de todas las gracias. A su paso por los distintos destinos contribuía a organizar cenáculos de oración y grupos de rezo del Rosario.
Apoyado en su extraordinario amor a la Virgen María buscó ser fiel soldado de Jesucristo, a quien trató de imitar en obras y palabra. Sin embargo era un hombre de gran carácter que luchó incesantemente contra su temperamento para ser manso y humilde con los demás, lo que logró en la última etapa de su vida.
Una buena muerte
Se preparó para el encuentro último, y habiendo tenido experiencias de enfermedad grave, habló varias veces de cómo prepararse para la presentación definitiva ante el Señor.
Particularmente recomendaba que en el trance de la muerte, a las puertas de perder la conciencia, había que decir frases como «Soy de la cuadrilla de San José y vengo a ver a mi Madre«. También decía que le gustaría ser un cardillo, esas bolitas de ganchos que se enganchan a los bajos de la túnica de Jesús y de María, y estarse allí agarrado sin mirar, ni pensar, ni calcular ni programar.
Enfermó por coronavirus y desde el principio fue a peor. Ingresado en el hospital, al poco ingresó su mujer y los reunieron en una habitación y tuvo la gracia especialísima de que su hijo, monseñor Melchor Sánchez de Toca, ataviado con un traje de protección, pudiera asistirle y oficiar una Misa de moribundos instantes antes de fallecer. Otra gracia muy especial ha sido que ha podido recibir sepultura en Sigüenza junto a sus padres, según su última voluntad.
Su legado es una invitación a vivir como cristianos auténticos en todos los órdenes de nuestra vida, agarrados firmemente de la mano de la Santísima Virgen y con la vista puesta en Jesús, para que mirándole le amemos y amándole le imitemos.
María, Salud de los Enfermos, ruega por nosotros.