El pueblo sevillano de Guillena ha querido mostrar su amor a la Virgen de la Candelaria y para ello el pasado Domingo de Resurrección le impusieron a María la medalla de oro de la Villa. Sin polémicas ni política sino demostrando la devoción de los habitantes de un pueblo pues la decisión fue tomada de forma unánime.
Esta medalla era un signo para honrar “la devoción mariana más antigua del pueblo” y con un “innegable valor devocional, patrimonial, cultural y tradicional”, dijo la concejal de Cultura, Ana Montero.
Con repiques de campanas, cohetes, himnos cantados y fuertes aplausos se condecoró a la Virgen el mismo día que se conmemora la resurrección de su hijo. Y de testigos estaban todo el pueblo y el resto de cofradías que desfilaron los días previos de Semana Santa.
El Niño Perdido y la Candelaria
Ese mismo día se celebró la procesión más esperada por todos los guilleneros, su día más grande. Y es que el Domingo de Resurrección procesionan el Niño Perdido y la Virgen de la Candelaria, conmemorando el encuentro de ambos.
Según recoge el Correo de Andalucía, como día grande y festivo, los guilleneros se echaron a la calle desde temprano. Repiques de campanas y cohetes anunciaban que el Señor había resucitado. Y en reparación de aquél dolor que sufrió la Virgen cuando perdió a su Hijo en el templo, en este glorioso domingo se reencontró al fin con ese Niño Perdido que tras la muerte de cruz nace a la vida eterna.
La Virgen, en busca de Jesús
A las 10 de la mañana, acompañado por la banda de cornetas y tambores de la Redención, la imagen del Niño Perdido salió del templo, para esconderse en la esquina del ayuntamiento, apenas unos metros más allá de la parroquia. Minutos después, ataviada de blanco y con los sones de la banda Villa de Guillena, la Virgen de la Candelaria salió en su búsqueda. Y en esa esquina de la plaza de España volvieron a reencontrarse la Madre con el Hijo, que volvió a Ella hecho niño resucitado.
El feliz momento del encuentro, entre campanas, pétalos y aplausos, puso en marcha la procesión. En un cortejo integrado por niños y jóvenes, representaciones de hermandades y arropado por todo el pueblo, desfiló con alegres marchas por distintas calles de la localidad. En muchas de ellas los vecinos celebraban, comiendo y bebiendo entre amigos y con largas y rebosantes mesas, la euforia de este día grande. Y desde muchos balcones se sucedía una de las tradiciones más pintorescas. Al paso del Niño Perdido se le arrojan caramelos, a modo de ofrenda en su niñez resucitada, y que los pequeños aprovechaban para recoger.