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La Virgen de Guadalupe fue el eje de Francisco en México: cumplió su deseo de orar ante su imagen

La Virgen de Guadalupe ha sido el eje principal de la visita pastoral del Papa Francisco a México, quien ha manifestado que su deseo “más íntimo es pararse delante de la Virgen de Guadalupe, ese misterio que se estudia, se estudia, se estudia y no hay explicaciones humanas”. 

En el avión de camino a su destino, una periodista mexicana regaló al Pontífice, entre otros regalos, una imagen de la Virgen de Guadalupe.

En el momento de su llegada al aeropuerto de Ciudad de México, la cuenta oficial del Papa en Twitter (@Pontifex_es) se actualizaba con el siguiente mensaje: “Queridos hermanos mexicanos, están en mi corazón, nos encomendamos juntos a la Guadalupana, que no deje de mirarnos con ternura”.

 
Encuentro con las autoridades mexicanas
El 13 de febrero, en el discurso que el Santo Padre pronunció ante las autoridades a su llegada a México, indicó: “hoy vengo como misionero de misericordia y paz pero también como hijo que quiere rendir homenaje a su madre, la Virgen de Guadalupe, y dejarse mirar por ella”.

Y “buscando ser buen hijo, siguiendo las huellas de la madre”, el Papa ha manifestado su deseo de rendir homenaje “a este pueblo y a esta tierra tan rica en culturas, historia y diversidad”.
 

Primera noche en Nunciatura
Cuando no había pasado ni una hora desde su llegada a la Nunciatura, en Ciudad de México, al finalizar el viernes de 12 de febrero, el Papa Francisco salió a saludar a los cientos de fieles que se agolpaban en la entrada.  Oró con ellos mediante la intercesión de María y les pidió orar por "las personas que no nos quieren bien", mediante la intercesión de la Virgen de Guadalupe y el santo indio que difundió su mensaje, San Juan Diego.

Para Francisco era importante remarcar la necesidad de orar por los enemigos. A través de la Virgen propuso orar por “los que nos han hecho mal” ya que el “Señor nos va a dar la fuerza” para hacerlo. Y les insistió para que orasen por esas personas:  “Mientras van a casa y antes de dormir, recuerden esos rostros: las personas que quieren, las que no nos quieren, y a las que nos han hecho daño, para que la Virgen los bendiga”.

Encuentro con los obispos en la catedral de Ciudad de México

El sábado 13 de febrero, Francisco pronunció un discurso  en la catedral de Ciudad de México en el que hace referencias constantes a la Virgen de Guadalupe, patrona del país.
 
“¿Podría el Sucesor de Pedro, llamado del lejano sur latinoamericano, privarse de poder posar la propia mirada sobre la «Virgen Morenita»?”, explicó.
 
Habló de la catedral como una «casita» prolongada pero siempre «sagrada» que pidió la Virgen de Guadalupe. “Sé que aquí se halla el corazón secreto de cada mexicano, entro con pasos suaves como corresponde entrar en la casa y en el alma de este pueblo y estoy profundamente agradecido por abrirme la puerta. Sé que mirando los ojos de la Virgen alcanzo la mirada de vuestra gente que, en Ella, ha aprendido a manifestarse”.

»Sé que ninguna otra voz puede hablar así tan profundamente del corazón mexicano como me puede hablar la Virgen; Ella custodia sus más altos deseos y sus más recónditas esperanzas; Ella recoge sus alegrías y sus lágrimas; Ella comprende sus numerosos idiomas y les responde con ternura de Madre porque son sus propios hijos.
 

»Estoy contento de estar con ustedes aquí, en las cercanías del «Cerro del Tepeyac», como en los albores de la evangelización de este Continente y, por favor, les pido que me consientan que todo cuanto les diga pueda hacerlo partiendo desde la Guadalupana. Cuánto quisiera que fuese Ella misma quien les lleve, hasta lo profundo de sus almas de Pastores y, por medio de ustedes, a cada una de sus Iglesias particulares presentes en este vasto México, todo lo que fluye intensamente del corazón del Papa.

 
»Como hizo San Juan Diego, y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla.

»Más aún, quería yo  mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego acojan cuanto brota de mi corazón de Pastor en este momento.
 
»Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia.
 
»En el manto del alma mexicana Dios ha tejido, con el hilo de las huellas mestizas de su gente, el rostro de su manifestación en la «Morenita». Dios no necesita de colores apagados para diseñar su rostro. Los diseños de Dios no están condicionados por los colores y por los hilos, sino que están determinados por la irreversibilidad de su amor que quiere persistentemente imprimirse en nosotros.
 
En la Basílica de Guadalupe
En la misa que el Papa Francisco presidió en la tarde del sábado 13 de febrero en la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México ante miles de personas, el canto de entrada fue “Bendito el que viene en nombre del Señor”, entonado por el coro de la Basílica, que resonó en la iglesia mientras el Santo Padre inciensaba la tilma de Guadalupe, tras lo cual la multitud estalló en aplausos.
 
El Pontífice destacó las enseñanzas ligadas a la advocación de Guadalupe: “Nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto”.
 
Y añadió: "Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas”.
 
Texto íntegro de la Homilía en la Basílica de Guadalupe
A continuación se ofrece la transcripción de la Homilía del Papa Francisco en la Misa celebrada en la Basílica de Guadalupe, por su importancia mariana:
Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo.

El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.

Escuchar este pasaje evangélico y en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio San Juan Diego.

Y así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55).


Uno de los murales en las calles de Ecatepec con alusión a Francisco y la Virgen de Guadalupe

Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, es decir sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
 

En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.

En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.

Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera.
 

Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas.

El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos.

Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.

Por eso creo que hoy nos va a servir un poco de silencio. Mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho:

«Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.
No perturbar el viento de tu frente;
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra transparente.
Las horas se desploman; sacudidos,
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte, Madre; contemplarte apenas,
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas».
(Himno litúrgico)


Tuit del Papa el día de su visita a la Virgen de Guadalupe

Y en silencio y, en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿Qué entristece tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).

Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.

¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.

Y en silencio le decimos lo que nos venga al corazón ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.

 
Vídeo de la misa completa en la Basílica de Guadalupe en el canal vaticano de YouTube (2 horas 50 minutos, incluyendo la llegada en Papamóvil)
 

 
 

Oración en el camarín de la Basílica ante la tilma 
Al concluir la Misa del sábado en la Santa Basílica de Guadalupe, el Papa y los obispos mexicanos rezaron unos minutos mirando a la tilma de la Virgen.

Después llegó el momento en que el Papa Francisco cumplió el sueño que, según había explicado, le llevaba a México: orar a solas ante la imagen de la Virgen de Guadalupe. El Pontífice ofreció un ramo de flores amarillas y se sentó a rezar en silencio durante unos 20 minutos ante la imagen de la tilma de la Virgen de Guadalupe en el llamado camarín de la Virgen de Guadalupe.


 

Pocos minutos antes, el Papa bendijo una corona para la Morenita del Tepeyac, que se colocó a la izquierda de las flores que llevó Francisco.

Mientras el Papa estuvo ante la imagen de la Virgen, los obispos mexicanos lo acompañaron desde el altar mayor de la Basílica, y los más de 40.000 fieles que asistieron a la Misa rezaron con él en silencio. Al concluir este intenso momento de oración el Papa tocó la tilma e hizo la señal de la cruz. Tras la oración, dieron vivas a la Madre de Dios.
 

En su vídeo de saludo a los mexicanos antes de iniciar su viaje, aún en Italia, Francisco ya había hecho un pedido especial: “Lo que pediría es –pero como un favor, a ustedes– que esta vez, que va a ser la tercera que piso suelo mexicano, me dejen un ratito solo delante de la imagen. Es el favor que les pido. ¿Me lo van a hacer?”.

El camarín es un lugar en la Basílica de Guadalupe al que solo algunas personas pueden acceder. Fue construido como una bóveda para custodiar allí la imagen de la Madre de Dios, incluso en casos de terremotos y catástrofes.
 

Este lugar está protegido por una puerta de seguridad de doble combinación a la cual le sigue una reja con protección. Cuenta con tres tipos de iluminación, de las cuales las de alógeno siguen en perfecto estado pese a haber sido instaladas hace 15 años. Todos los días la imagen de la Virgen se custodia en este camarín a partir de las 9:00 p.m.

Devotos de la Virgen de Guadalupe asisten a la Misa en la plaza de Ecatepec.

En Ecatepec, ciudad de gran criminalidad 

Tras la Misa celebrada el 14 de febrero en el área del Centro de Estudios de Ecatepec, ciudad víctima de un alto grado de criminalidad, el Papa Francisco presidió el rezo del Ángelus, donde dedicó unas palabras a la Virgen antes de la oración mariana:
"Esta tierra tiene sabor guadalupano, la que siempre es Madre se nos adelantó en el amor, y digámosle desde el corazón: Virgen Santa, «ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz»". (Evangelii gaudium, 288).

Francisco quiso mostrar un gesto mariano durante su regreso a Ciudad de México el domingo 14 de febrero, deteniéndose a hablar con muchos niños y regalando rosarios.

El domingo, Francisco realizó una visita al Hospital pediátrico “Federico Gómez” en Ciudad de México. El momento más especial tuvo lugar cuando una niña en silla de ruedas, enferma con leucemia  inició el canto del «Ave María» de Schubert.
 

En Chiapas, orar por los enfermos
Al día siguiente, Francisco acudió a la catedral de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, donde mantuvo un breve encuentro con ancianos y enfermos. Allí los fieles recibieron al Pontífice cantando “La Guadalupana”.

Además, el Papa animó a orar todos juntos por los enfermos. Pidió orar por ellos, "para que Jesús les dé fuerzas y les consuele". Así, rezaron a un Ave María a la Virgen, “para que los cuide y les dé mucha paz en el corazón”.

En la misa en Ecatepec Francisco pidió la intercesión de María para transformar un país dañado por el crimen y la corrupción

El 15 de febrero, en el Estadio de la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, en México, tras compartir un tiempo, pero sobre todo, tras abrazar a las familias de México, pidió a María por los que más sufren:

 
“Me han pedido que rezara por ustedes y quiero empezar a hacerlo ahora mismo, con ustedes. Ustedes queridos mexicanos tienen un plus, corren con ventaja. Tienen a la madre: la Guadalupana quiso visitar estas tierras y eso nos da la certeza de tener su intercesión para que este sueño llamado familia no se pierda por la precariedad y la soledad”.
 
Y añadió: "Ella es Madre y está siempre dispuesta a defender nuestras familias, a defender nuestro futuro; está siempre dispuesta a «echarle ganas» dándonos a su hijo. Por eso, los invito, como están sin moverse mucho, a tomarse las manos y decir juntos a ella: Dios te salve María”…."


 
Visita a la Catedral de Morelia
El martes 16 de febrero, después de almorzar en la Curia Arzobispal, el papa Francisco realizó el martes una breve visita a la catedral de Morelia. Allí invitó a pedir a la Virgen que “nos cuide, nos bendiga”. También animó a que cada niño piense “en su corazón en la familia que tiene, en los amigos y si están peleados con alguno también piensen en él”. Porque la vida –ha advertido el Papa– no es linda con enemigos.
 
En el encuentro del Papa Francisco con 90.000 jóvenes en el estadio de Morelia, capital de Michoacán, la cruz fue protagonista también del acto de cierre del encuentro, celebrado esa tarde.  El final incluyó, como en casi todos los actos de Francisco en México, un rezo del Avemaría.
 
Esa misma noche regresó de Morelia  para descansar en la Nunciatura Apostólica de Ciudad de México, donde como es costumbre, el Santo Padre pidió oraciones a la gente que le esperaba en la calle. “Vamos a rezar a la Virgen de Guadalupe, a pedirle la bendición”. Tras rezar el Ave María con todos los presentes, el Papa los bendijo y les deseó “que pasen muy buenas noches, que descansen”. Fue la última noche del Pontífice en México y como las otras, estuvo marcada por la oración a la Madre de Dios.  
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