«Una espada te traspasará el alma», le dijo el anciano Simeón a la Virgen María cuando fue con San José a presentar al Niño Jesús en el templo (Lucas 2,35). O, al menos, así se suele traducir del griego. Pero, ¿a qué se refería el texto?
Desde la Antigüedad, los cristianos han reflexionado sobre estas palabras. «¿Qué significa aquí la espada? ¿El dolor? ¿La muerte? ¿la duda? ¿La infidelidad? ¿La lengua de los malvados? ¿El juicio divino? ¿La palabra de Dios? No está claro. Y esta oscuridad ha llevado incluso a ciertos exégetas a superponer significados diversos, sin decidirse por uno de ellos», escribe el sacerdote Alfonso Simón Muñoz en su libro de 2019 El Paraíso abierto (BAC).
Pero ahora Alfonso Simón propone una nueva traducción del texto que aportaría sentido. Que el texto en griego es extraño y confuso lo admiten muchos autores. Es algo especialmente raro porque el autor es el evangelista Lucas, que era griego y pensaba y escribía en griego.
Y, sin embargo, en este capítulo de su evangelio -y no en otros- aparecen muchos detalles que hacen pensar que estaba traduciendo un texto del hebreo o arameo, lenguas semíticas, muy distintas al griego. La tesis de Alfonso Simón es que alguien puso por escrito esa escena en lengua semítica, y luego Lucas la incorporó traduciendo al griego. Y cuando se intenta reconstruir usando el hebreo, arameo o siríaco, muchas cosas pasan a tener sentido.
Hacia el año 170 d.C. Taciano escribió el Diatessaron, una especie de versión unificada de los cuatro evangelios en una sola obra. En el siglo IV, San Efrén de Nísibis (también llamado Efrén de Siria, Padre de la Iglesia), escribió un texto comentando este Diatessaron y la escena de María y Simeón.
La lectura que hizo San Efrén… que era semita
Pero Efrén -parece que siguiendo el texto del siglo II- no escribe «una espada te atravesará el corazón» sino «tú apartarás la espada». ¿A qué se refiere? Él mismo lo explica: «Esa espada, que cerraba el paso al paraíso a causa de Eva, ha sido apartada por María». Tenemos un texto de San Efrén comentando esta escena en siríaco (la lengua en la que escribía el santo) y otro en armenio (que es una lengua indoeuropea, como el griego, no semítica). Y en ambas versiones queda claro que es María quien actúa sobre la espada, no la espada sobre María.
Un autor semítico como San Efrén, leyendo el texto con visión semítica, lo veía. Aunque los Evangelios en siríaco se traducían a partir de los evangelios en griego, los traductores siríacos probablemente corregían los «semitismos», igual que un traductor castellano-catalán corregiría catalanismos o castellanismos.
¿Dudó María de Dios? ¿Sólo sufrió como madre?
Sin embargo, en Occidente, ignorando esta posibilidad, se extendieron dos tradiciones sobre este texto.
Una es la llamada «origenista», porque fue propuesta en primer lugar por Orígenes: dice que la espada que atraviesa el corazón de María es «la espada de la infidelidad, el puñal de la incertidumbre», cuando sus pensamientos la desgarran al ver crucificado «a Quien sabías nacido sin la intervención de ningún varón». En esta versión María no sólo sufre, sino que incluso duda de Dios, y habrá autores que señalarían eso como un pecado o algo muy próximo al pecado. San Cirilo de Alejandría, por ejemplo, escribió: «Simeón llama ‘espada’ a la fuerza aguda de la pasión, que arrastraba el alma de la mujer hacia pensamientos absurdos».
San John Henry Newman, ya en el siglo XIX, matizó: «tal creencia no supone la idea de que la bienaventurada Virgen estuviese sujeta a pecado, sino sólo la idea de la presencia de la tentación y de una cierta tenebrosidad de espíritu«. Y más adelante, sobre este pasaje de la espada, añade: «nada en este sagrado texto nos obliga a creer que la palabra ‘espada’ signifique más bien ‘duda’ que ‘angustia'».
Pero la otra interpretación, encabezada por San Agustín, fue la que ganó más popularidad, y también entre el pueblo llano. La ‘espada’ sería simplemente el dolor humano de una madre que ve sufrir a su hijo (en España muchas imágenes de la Virgen Dolorosa lo expresan con el corazón atravesado por 7 puñales). «Con esa espada del afecto doloroso fue traspasada el alma maternal», escribe Agustín en su Epístola 39.
La nueva traducción: ella aparta la espada
Esta es la traducción de Lucas 2, 34-35, que propone Alfonso Simón, teniendo en cuenta lo que debía ser un texto semítico anterior a Lucas, que Lucas incorporó a su Evangelio traduciendo en un griego «contagiado» de semitismos:
«Y Simeón dijo a María, su madre: ‘he aquí que este va a ser caída y mantenimiento de muchos en Israel, y bandera combatida. Y en cuanto a ti, tú harás pasar [en el sentido de «apartarás»] la espada cuando se manifiesten los [malos] pensamientos de muchos corazones».
Por contraste, esta es la versión moderna de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española:
«Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
La nueva Eva aparta la espada que separa del Paraíso
Alfonso Simón escribe: «A causa de la primera Eva, las puertas de la salvación fueron cerradas a la humanidad pecadora; ahora, con la llegada de la nueva Eva, la madre de Jesús, en quien los ojos cansados de Simeón han visto la salvación, esas puertas han sido abiertas de nuevo y de manera definitiva. En el hijo de María ha llegado la luz a las naciones y el poder de las tinieblas ha sido vencido».
Simón constata así que «la profecía de Simón es prelucana y el interés de los primeros cristianos por María, la madre de Jesús, está bellamente expresado en los relatos de la infancia del tercer evangelio [el de Lucas]». «La Virgen María ha sido llamada bienaventurada por todas las generaciones, comenzando por aquella primera generación indicada de modo expresivo en el ‘ahora’ que se lee en el Magníficat. La madre de Jesús personifica el verdadero Israel, que en ella queda convertido en Iglesia, y tal identificación, que sobre todos se descubre en Lc 2,35a, ‘no es exactamente una idea piadosa de ciertos teólogos tardíos’, como J. Bligh ha observado con acierto, sino que, por el contrario, ‘es un elemento de la tradición más primitiva'».
Una perspectiva latente en la tradición
En el prólogo del libro que comentamos explica el obispo de Segovia, César Franco: «las extrañezas del texto griego desaparecen cuando se iluminan desde una perspectiva ya latente en la tradición que no daña la fe de la Iglesia ni sobre María ni se opone a considerar su participación en la cruz de Cristo, sino todo lo contrario: es su inserción en el misterio de Cristo lo que da el justo relieve al papel de María en la historia de la salvación, porque gracias a ella, con los cansados ojos de Simeón, hemos visto la luz y la gloria del Salvador del mundo».
María, Salud de los Enfermos, ruega por nosotros