El pasado 1 de enero el Papa Francisco celebró en la Basílica de San Pedro la fiesta de María Madre de Dios donde realizó una bella homilía sobre la “maternidad espiritual” de la Virgen y su ejemplo para las madres de este mundo.
Durante la celebración de esta fiesta mariana el Papa quiso que le acompañara en un lugar destacado del altar una imagen de María que no era otra que un lienzo de la Virgen del Milagro, que normalmente se resguarda en el interior de la Basílica de San Andrés delle Frate en Roma.
La Virgen del Milagro, única aparición en Roma
Esta imagen fue trasladada al Vaticano con motivo del 175 aniversario de la famosa conversión del judío Alfonso Ratisbonne, a quien la Virgen se le apareció en ese mismo templo el 20 de enero de 1842 siendo esta la única aparición de María en Roma. Y el lienzo ha estado en San Pedro para el Te Deum del 31 de diciembre y para la Eucaristía del 1 de enero, fecha en la que volvió a su hogar habitual.
La historia de esta aparición se remonta a 1842 cuando el abogado y banquero, Alfonso Rastisbonne, llegó a Roma en medio de un viaje de placer. De origen judío, era libertino y solía mofarse de la religión, especialmente de la católica, después de que su hermano Teodoro se convirtiera y fuera ordenado sacerdote.
Sin embargo, durante una visita a San Andrés delle Frate mientras hacía los preparativos de un funeral, se le apareció una mujer bellísima y llena de luz, en la cual reconoció a la Virgen María con el mismo aspecto con el que aparece en la advocación de la Medalla Milagrosa. Luego se arrodilló y se convirtió.
«Una fuerza irresistible me llevó hacia ella»
Él mismo escribió, refiriéndose a los hechos: “Una fuerza irresistible me llevó hacia ella. Ella me pidió que me arrodillara. Ella no dijo nada pero yo lo entendí todo”.
Alfonso ingresa a los Jesuitas el 20 de junio de 1842, tras una dispensa del Papa, para hacer enseguida el noviciado.Se ordena el 23 de setiembre de 1848. Permanece 10 años, luego de un profundo discernimiento, abandona la Compañia el 18 de diciembre de 1852 para acompañar a su hermano el P. Teodoro en la Fundación de Nuestra Señora de Sión en Jerusalén.
Este grupo estaba formado por sacerdotes católicos, hermanos laicos y religiosas dedicadas a trabajar por la conversión de los judíos al catolicismo.
En 1860 erigió el Convento de San Juan en la montaña Ain Karim, ubicado en las afueras de la actual Jerusalén. Allí, Alfonso trabajó con unos compañeros por la conversión de judíos y mahometanos hasta el día de su muerte, el 6 de mayo de 1884.
Si bien es cierto la obra en sus orígenes oraba por la conversión del judaísmo, hoy dicha actividad a la luz de Nostra Aetate ha tomado más bien la dirección del Dialogo y trabajo con la Comunidad Judía, dando testimonio del amor de Jesucristo por su pueblo, con quien Dios selló una Alianza eterna que la Iglesia ha reconocido plenamente con Nostra Aetate y con el documento de la Pontificia comisión para el dialogo entre Judíos y Cristianos «Los dones y las llamadas de Dios con irrevocables»