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Francisco predicó el amor de la Virgen María en Caacupé, nueva basílica mariana en Paraguay

La Inmaculada Concepción de María ya tiene una nueva basílica en su honor: el templo mariano de Caacupé (www.santuariovirgendecaacupe.com) que hasta la visita del Papa Francisco no tenía oficialmente ese estatus, sino sólo el de santuario, otorgado por Juan Pablo II.

El Papa Francisco, al concluir su misa ante el santuario paraguayo, dio a conocer el decreto por el cual eleva a Basílica menor este templo dedicado a la santa patrona de los paraguayos, también con abundantes devotos en Argentina.

La devoción que siente el Sumo Pontífice hacia la Virgen de Caacupé tuvo mucho peso a la hora de otorgar esa distinción, recuerda la prensa argentina y paraguaya.

La otra basílica menor del país es la de la Virgen del Pilar de Ñeembucú, aunque esta no tiene el status de santuario nacional porque no es una advocación de extensión nacional en Paraguay.

El Papa Francisco consagró el Paraguay a la Virgen de Caacupé y después le regaló un rosario de oro. “Tenga tu amparo constante”, dijo ante la imagen de la Virgen y recordó a los migrantes.

“Les agradezco por esta celebración. Le pido a la Virgen que los bendiga. No se olviden de rezar por mí”, dijo al finalizar la celebración. 

La historia de la Virgen de Caacupé
A fines del siglo XVI un indio converso, de oficio escultor, se internó en el monte y se encontró con una partida de indios violentos mbayaes de los cuales escapó ocultándose tras un grueso tronco.

Mientras estaba escondido, prometió a la Virgen labrarle una imagen con ese mismo tronco si salía con vida… cosa que puedo hacer.

En el año 1603 el lago Tapaicuá se desbordó e inundó todo el valle de Pirayú arrasando todo lo que estaba a su paso incluso la imagen de la Virgen. Sin embargo al retroceder las aguas milagrosamente apareció la imagen de la Virgen que el indio había labrado. Los pobladores comenzaron a difundir su devoción y comenzaron a invocarla con el nombre de "Virgen de los Milagros".

Un devoto vecino, llamado José y carpintero de oficio, le labró una modesta ermita y en ella empezó a recibir culto la Virgen de Caacupé. La imagen es pequeña, de poco más de cincuenta centímetros. Es una variante de la Inmaculada Concepción y sus pies descansan sobre una pequeña esfera, ciñendo su talle una faja blanca de seda.

Cada 8 de diciembre se celebra la fiesta de María de Caacupé y los peregrinos llegan por millares al Santuario a demostrar su amor y gratitud a la Madre de todos, a la "Virgen Azul de Paraguay".

De Caacupé a los barrios villeros de Argentina
La prensa católica argentina ha revelado que el padre Pepe, José María Di Paola, un sacerdote famoso en los barrios villeros, pobres, de Argentina, logró que unos muchachos que fueron con él a Caacupé al encuentro con Francisco hicieran bendecir al Papa dos réplicas de esta virgen que se llevaron a Argentina. Le acompañaban 120 vecinos de La Cárcova, Villa Curita y el barrio Independencia, de la localidad bonaerense de José León Suárez. Minutos antes del inicio de la misa, el sacerdote fue invitado a concelebrar, pero al no tener la estola ni el alba se quedó a un costado del altar, al lado del coro estable del santuario.

El padre Pepe, párroco de San Juan Bosco, considerada la primera parroquia "salesiana y villera", reveló este gesto del Papa mientras retornaba a Asunción tras participar de la misa en el santuario de la patrona de los paraguayos. Explicó a la agencia Aica que las imágenes serán entronizadas en dos capillas, una ya erigida y otra por construirse.

El sacerdote, reconocido en la Argentina por su labor social y pastoral entre los pobres, alabó la homilía del Papa: "Me gustó la reivindicación de la mujer paraguaya, la insistencia en la fraternidad de los países y el rechazo a la Guerra de la Triple Alianza; también me gustó mucho cómo vinculó a la Virgen María con toda la historia del pueblo paraguayo".


Pedestal de la Virgen de Caacupé con la marca de manos de sus devotos

HOMILÍA COMPLETA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Explanada del Santuario mariano de Caacupé, Paraguay
Sábado 11 de julio de 2015

Estar aquí con ustedes es sentirme en casa, a los pies de nuestra Madre, la Virgen de los Milagros de Caacupé. En un santuario los hijos nos encontramos con nuestra Madre y entre nosotros recordamos que somos hermanos. Es un lugar de fiesta, de encuentro, de familia. Venimos a presentar nuestras necesidades, venimos a agradecer, a pedir perdón y a volver a empezar. Cuántos bautismos, cuántas vocaciones sacerdotales y religiosas, cuántos noviazgos y matrimonios nacieron a los pies de nuestra Madre. Cuántas lágrimas y despedidas. Venimos siempre con nuestra vida, porque acá se está en casa y lo mejor es saber que alguien nos espera.

Como tantas otras veces, hemos venido porque queremos renovar nuestras ganas de vivir la alegría del Evangelio.

Cómo no reconocer que este Santuario es parte vital del pueblo paraguayo, de ustedes. Así lo sienten, así lo rezan, así lo cantan: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Y estamos hoy, como el Pueblo de Dios, a los pies de nuestra Madre a darle nuestro amor y fe.

En el Evangelio acabamos de escuchar el anuncio del Ángel a María que le dice: «Alégrate, llena de gracia. El Señor está contigo». Alégrate, María, alégrate. Frente a este saludo, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué quería decir. No entendía mucho lo que estaba sucediendo. Pero supo que venía de Dios y dijo «sí». María es la madre del «sí». Sí, al sueño de Dios; sí, al proyecto de Dios; sí, a la voluntad de Dios.

Un «sí» que, como sabemos, no fue nada fácil de vivir. Un «sí» que no la llenó de privilegios o diferencias, sino que, como le dirá Simeón en su profecía: «A ti una espada te va a atravesar el corazón» (Lc 2,35). ¡Y vaya que se lo atravesó! Por eso la queremos tanto y encontramos en ella una verdadera Madre que nos ayuda a mantener viva la fe y la esperanza en medio de situaciones complicadas. Siguiendo la profecía de Simeón nos hará bien repasar brevemente tres momentos difíciles en la vida de María.

1. Primero: el nacimiento de Jesús. «No había un lugar para ellos» (Lc 2,7). No tenían una casa, una habitación para recibir a su hijo. No había espacio para que pudiera dar a luz. Tampoco familia cercana: estaban solos. El único lugar disponible era una cueva de animales. Y en su memoria seguramente resonaban las palabras del Ángel: «Alégrate María, el Señor está contigo». Y Ella podría haberse preguntado: «¿Dónde está ahora?».

2. Segundo momento: la huida a Egipto. Tuvieron que irse, exiliarse. Ahí no solo no tenían un espacio, ni familia, sino que incluso sus vidas corrían peligro. Tuvieron que marcharse a tierra extranjera. Fueron migrantes perseguidos por la codicia y la avaricia del emperador. Y ahí ella también podría haberse preguntado: «¿Y dónde está lo que me dijo el Ángel?».

3. Tercer momento: la muerte en la cruz. No debe existir una situación más difícil para una madre que acompañar la muerte de su hijo. Son momentos desgarradores. Ahí vemos a María, al pie de la cruz, como toda madre, firme, sin abandonar, acompañando a su Hijo hasta el extremo de la muerte y muerte de cruz. Y allí también podría haberse preguntado: ¿Dónde está lo que me dijo el Ángel? Luego la vemos conteniendo y sosteniendo a los discípulos.

Contemplamos su vida, y nos sentimos comprendidos, entendidos. Podemos sentarnos a rezar y usar un lenguaje común frente a un sinfín de situaciones que vivimos a diario. Nos podemos identificar en muchas situaciones de su vida. Contarle de nuestras realidades porque ella las comprende.

Ella es mujer de fe, es la Madre de la Iglesia, ella creyó. Su vida es testimonio de que Dios no defrauda, que Dios no abandona a su Pueblo, aunque existan momentos o situaciones en que parece que Él no está. Ella fue la primera discípula que acompañó a su Hijo y sostuvo la esperanza de los apóstoles en los momentos difíciles. Estaban encerrados con no sé cuántas llaves, de miedo, en el cenáculo. Fue la mujer que estuvo atenta y supo decir –cuando parecía que la fiesta y la alegría terminaba–: «mirá no tienen vino» (Jn 2,3). Fue la mujer que supo ir y estar con su prima «unos tres meses» (Lc 1,56), para que no estuviera sola en su parto. Esa es nuestra madre, así de buena, así de generosa, así de acompañadora en nuestra vida.

Y todo esto lo sabemos por el Evangelio, pero también sabemos que, en esta tierra, es la Madre que ha estado a nuestro lado en tantas situaciones difíciles. Este Santuario, guarda, atesora, la memoria de un pueblo que sabe que María es Madre y que ha estado y está al lado de sus hijos.

Ha estado y está en nuestros hospitales, en nuestras escuelas, en nuestras casas. Ha estado y está en nuestros trabajos y en nuestros caminos. Ha estado y está en las mesas de cada hogar. Ha estado y está en la formación de la patria, haciéndonos nación. Siempre con una presencia discreta y silenciosa. En la mirada de una imagen, una estampita o una medalla. Bajo el signo de un rosario sabemos que no vamos solos, que Ella nos acompaña.

Y, ¿por qué? Porque María simplemente quiso estar en medio de su Pueblo, con sus hijos, con su familia. Siguiendo siempre a Jesús, desde la muchedumbre. Como buena madre no abandonó a los suyos, sino por el contrario, siempre se metió donde un hijo pudiera estar necesitando de ella. Tan solo porque es Madre.

Una Madre que aprendió a escuchar y a vivir en medio de tantas dificultades de aquel «no temas, el Señor está contigo» (cf. Lc 1,30). Una madre que continúa diciéndonos: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Es su invitación constante y continua: «Hagan lo que Él les diga». No tiene un programa propio, no viene a decirnos nada nuevo; más bien, le gusta estar callada, tan solo su fe acompaña nuestra fe.

Y ustedes lo saben, han hecho experiencia de esto que estamos compartiendo. Todos ustedes, todos los paraguayos, tienen la memoria viva de un Pueblo que ha hecho carne estas palabras del Evangelio. Y quisiera referirme de modo especial a ustedes mujeres y madres paraguayas que, con gran valor y abnegación, han sabido levantar un País derrotado, hundido, sumergido por una guerra inicua.

Ustedes tienen la memoria, ustedes tienen la genética de aquellas que reconstruyeron la vida, la fe, la dignidad de su Pueblo, junto a María. Han vivido situaciones muy pero muy difíciles, que desde una lógica común sería contraria a toda fe. Ustedes al contrario, impulsadas y sostenidas por la Virgen, siguieron creyentes, inclusive «esperando contra toda esperanza» (Rm 4,18). Y cuando todo parecía derrumbarse, junto a María se decían: No temamos, el Señor está con nosotros, está con nuestro Pueblo, con nuestras familias, hagamos lo que Él nos diga. Y allí encontraron ayer y encuentran hoy la fuerza para no dejar que esta tierra se desmadre. Dios bendiga ese tesón, Dios bendiga y aliente la fe de ustedes, Dios bendiga a la mujer paraguaya, la más gloriosa de América.

Como Pueblo, hemos venido a nuestra casa, a la casa de la Patria paraguaya, a escuchar una vez más esas palabras que tanto bien nos hacen: «Alégrate, el Señor está contigo». Es un llamado a no perder la memoria, a no perder las raíces, los muchos testimonios que han recibido de pueblo creyente y jugado por sus luchas. Una fe que se ha hecho vida, una vida que se ha hecho esperanza y una esperanza que las lleva a primerear en la caridad. Sí, al igual que Jesús, sigan primereando en el amor. Sean ustedes los portadores de esta fe, de esta vida, de esta esperanza. Ustedes, paraguayos, sean forjadores de este hoy y mañana.

Volviendo a mirar la imagen de María los invito a decir juntos: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Todos juntos: «En tu Edén de Caacupé, es tu pueblo Virgen pura que te da su amor y fe». Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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