Con una gran fiesta de la fe, en el Santuario de Nuestra Señora de Laus, en Francia, se celebra un año jubilar mariano, a partir del pasado 1º de mayo, con motivo del 350 aniversario de las primeras apariciones de la Virgen María a la joven Benedicta Rencurel, que luego fue testimonio de la misericordia divina durante 54 años de apariciones de la «hermosa Señora».
El reconocimiento oficial de estas apariciones por parte de la Iglesia católica se produjo sólo recientemente, en 2008. La página web del Santuario de Nuestra de Laus señala que, desde 1665, llegan testimonios de gracias recibidas. A menudo su origen está en una unción con «el aceite de Laus: la Virgen María había pedido a Benedicta que invitase a los peregrinos a que se hicieran con fe una unción con el aceite de la lámpara del Sagrario».
Aprobación oficial por parte de la Iglesia
El 4 de mayo del 2008, durante una Misa celebrada en la villa alpina de Laus, el Obispo de Gap (Francia), Mons. Jean-Michel di Falco, acompañado por una veintena de cardenales y arzobispos del mundo, anunció la aprobación oficial de la Iglesia de las apariciones marianas atestiguadas en esta villa de los altos Alpes franceses por la vidente Benôite Rencurel entre 1664 y 1718.
Durante la Misa, Mons. di Falco recordó que éstas son las primeras apariciones marianas reconocidas oficialmente en el siglo XXI por el Vaticano y la Iglesia de Francia. Es la primera vez que un acontecimiento tan singular ocurre desde las apariciones de Lourdes en 1862. “Reconozco el origen sobrenatural de las apariciones y los hechos y dichos, experimentados y narrados por Benita Rencurel. Animo a todos los fieles a venir y orar; y buscar renovación espiritual en este santuario”, dijo el Prelado.
Tras minuciosos exámenes de los hechos referidos a la aparición, la Iglesia aprobó durante el curso de la historia 11 apariciones de 295 propuestas para su indagación hasta ahora, la 12ª es la actualmente aprobada de Nuestra Señora de Laus o del Lago.
Mons. di Falco recordó que “nadie está obligado a creer en las apariciones, incluso en aquellas reconocidas oficialmente; pero si son una ayuda en nuestra fe y nuestra vida diaria ¿Por qué habría que rechazarlas?”.
120.000 peregrinos al año
El Santuario de Nuestra Señora de Laus atrae unos 120 mil peregrinos al año. El gran filósofo católico Jean Guitton dijo de este santuario que: “constituirá uno de los tesoros más ocultos y poderosos de Europa”.
El Santuario se ha desarrollado en torno a la Basílica, edificada en el lugar en el que la Virgen María se apareció a una pastora de 17 años, Benita Rencurel, de 1664 a 1718, en una aldea aislada en la falda de la montaña, a 900 metros de altura.
Ésta murió a los 71 años, reconocida por todos como una santa por el fervor de su oración, su paciencia y su dulzura en la acogida a los peregrinos, y su obediencia a la Iglesia.
La historia de la aparición
El 16 de septiembre de 1647, Benita Rencurel ve la luz en el pequeño municipio de Saint-Étienne d´Avançon (Alpes del sur – Francia). Sus padres, buenos católicos, se ganan modestamente la vida con el trabajo de sus manos.
Cuando Benita nace, ya tienen una hija, Magdalena, y una tercera, María, nacerá cuatro años más tarde. El padre, Guillermo Rencurel, muere cuando Benita, llena de vida y de alegría, tiene sólo siete años. Para la viuda y sus tres hijas, aquella desaparición supone la miseria material.
Como en Saint-Étienne d´Avançon no hay escuela, Benita nunca podrá aprender a leer ni a escribir. Su única instrucción le llega a través del sermón de la Misa dominical, de donde aprende que María es la muy misericordiosa Madre de Dios, lo que despierta en ella el deseo de verla. Benita, alma contemplativa, gusta de rezar largamente.
Un día de mayo de 1664, Benita, que trabajaba de pastora para unos campesinos vecinos, estaba rezando el Rosario cuando ve a una hermosa Señora sobre un peñasco que lleva de la mano a un niño de belleza singular. «¡Hermosa Señora! –le dice–, ¿Qué estáis haciendo ahí arriba? ¿Queréis comer conmigo? Tengo algo de pan bueno, lo remojaríamos en la fuente».
La Señora sonríe ante su sencillez, pero no le dice nada. «¡Hermosa Señora! ¿Podríais darnos por favor a ese niño, que tanto nos alegraría?».
La Señora sonríe de nuevo sin responder. Después de permanecer algún tiempo con Benita, toma a su niño en brazos y desaparece en una cueva.
Durante cuatro meses, la Señora se muestra todos los días, conversando con gran familiaridad con la joven, educándola para su futura misión. Benita cuenta sus visiones a la dueña del rebaño, quien en un principio no le cree, pero que una mañana la sigue en secreto hasta el pequeño valle de Fours. Una vez allí, no consigue ver a la Señora, pero oye las palabras que ésta dirige a Benita.
La aparición pide a Benita que advierta a su dueña de los peligros que corre su alma: «Tiene una mancha en la conciencia. Que haga penitencia«.
Afectada por aquello, ésta se corrige, vuelve a frecuentar los sacramentos y vive el resto de sus días muy cristianamente.
El 29 de agosto, Benita pregunta a la visitante cómo se llama, y ella le responde: «Mi nombre es María».
Pero, al mismo tiempo, la Virgen le anuncia que las apariciones cesarán durante un tiempo indeterminado. De hecho, Benita pasa un mes sin ver a la Señora; esa ausencia, que la priva de apreciables consuelos, contribuye a purificar su alma.
Por fin una mañana, a finales de septiembre, la pastora, que acaba de detener sus corderos y cabras a la orilla de un río, vislumbra delante de ella, resplandeciente como un hermoso sol, a María. Se apresura a reunirse con ella pero, al ver que el viejo puente que franquea el río está roto, atraviesa el curso de agua a lomos de una gran cabra.
Cuando llega junto a la aparición, pregunta: Señora, ¿de dónde que me hayáis privado durante tanto tiempo del honor de vuestra presencia? En adelante, cuando quieras verme acude a la capilla que se encuentra en el lugar de Laus, responde la Señora mientras le indica el camino que debe seguir. Al día siguiente, Benita se dirige a la aldea de Laus y llega a la pequeña capilla.
Entra inmediatamente y ve en el altar a la Virgen María, que la felicita por haber buscado sin impacientarse. Aunque radiante de haber vuelto a ver a Nuestra Señora, Benita se encuentra confusa al percatarse de la pobreza y suciedad del lugar, y propone cortar su delantal en dos para poner un mantel a sus pies. A partir del otoño, la Virgen María saluda a Benoite en la aldea de Laus, frente a Saint-Étienne.
La Virgen contesta: «…pronto no faltará nada aquí. Ni vestimentas, ni lino para el altar ni velas. Quiero que en este lugar se construya una iglesia grande, con un edificio para los sacerdotes residentes. La iglesia se construirá en honor a mi querido Hijo y al mio. El objetivo de esta iniciativa, que se realizará rápidamente, es iniciar a los cristianos a un camino de conversión, especialmente por el sacramento de la confesión. Aquí muchos pecadores se convertirán. Yo me apareceré aquí con frecuencia» «Le he pedido a mi hijo Laus y me lo ha concedido».
Benoîte se convierte entonces en miembro de la Tercera Orden dominica. Durante el invierno de 1664-1665, Benita sube hasta Laus muy a menudo, donde ve cada vez a la Virgen, quien le recomienda «rezar continuamente por los pecadores». Nuestra Señora nos da a entender con ello que los pecadores se hallan en un estado lamentable. Dios está ofendido por sus pecados, pero quiere prodigarles su misericordia, que no puede aceptarse sino libremente.
La noticia de las apariciones se propaga entre los aldeanos, gracias a las veladas de las noches de invierno. A partir de San José (19 de marzo), los peregrinos acuden a Nuestra Señora de Laus. Muchos de ellos han alcanzado favores por su intercesión, y vienen para confesarse y para hacer el propósito de cambiar de vida.
Un aceite milagroso
En septiembre de 1665, el vicario general de Embrun, Antonio Lambert, inicia una investigación sobre las apariciones de Laus. Después de terminar el interrogatorio de la vidente, éste celebra la Misa.
Aquella mañana se halla presente Catalina Vial, mujer que padece una grave enfermedad nerviosa desde el principio del pliegue de sus piernas, de tal suerte que los talones tocan la parte baja de la espalda.
Sus padres lo han intentado todo para curarla, pero ha resultado en vano, y han traído a la enferma a Laus para rezar una novena a Nuestra Señora. Durante la noche siguiente a la conclusión de la novena, Catalina ya puede extender las piernas, sintiéndose curada. Por la mañana, es conducida a la capilla, en el momento en que el vicario general termina la Misa. Se oye un grito: «¡Milagro!». Una vez acabada la Misa, el eclesiástico interroga a la que ha sido curada milagrosamente y a los testigos, y luego afirma: «Aquí está el dedo de Dios».
De esa manera, el 18 de septiembre de 1665, cuando Benita tiene dieciocho años, las apariciones y la peregrinación son reconocidas oficialmente por parte de la autoridad diocesana y, a partir del otoño de ese año, empieza la construcción de una iglesia bastante grande para poder acoger a los peregrinos, que cada vez son más numerosos.
Nuestra Señora se revela en Laus como reconciliadora y refugio de los pecadores, y por eso aporta señales para convencer a éstos de la necesidad de convertirse. La Virgen anuncia entonces a Benita que el aceite de la lámpara de la capilla (que arde ante el Santo Sacramento) obrará curaciones en los enfermos que se lo apliquen, si recurren con fe a su intercesión.
De hecho, son muchas las curaciones que se producen en poco tiempo: una niña recupera la vista de un ojo y una persona es curada de una úlcera en una mano.
Todavía en nuestros días se producen milagros en las personas que, confiando en la intercesión de Nuestra Señora, se aplican con devoción el aceite de Laus.
Los perfumes de Laus
La vidente misma exhaló más de una vez misteriosos perfumes: Ha sido manifiesto que Benita ha estado a menudo impregnada, sobre todo en el momento de sus extasis, y que los testigos han visto en ello una bendición especial de Dios sobre ella, y un motivo para acoger con más confianza los consejos que ella transmitía en nombre de la Virgen. Es por haber sentido este suave olor que un generoso artista donó al santuario en 1716 la bella Virgen de marmol de Carrara que orna el coro. (R. de Labriolle, BenoÎte, la bergère de Notre-Dame du Laus, 1977)
No solamente estas fragancias eran perceptibles a partir de Benita, sino que además –de manera objetiva, diríamos– se manifestaban (y se manifiestan todavía) en el santuario, independientemente de la vidente: A partir de Pascua de 1666 se señalan cada vez más frecuentemente los famosos perfumes de Laus, sobre los cuales M. Gaillard se extiende largamente en su relato, para extraer de ello una teología olfativa de dudoso gusto. (R de Labriolle, BenoÎte, la bergère de Notre-Dame du Laus, 1977)
Estos perfumes, inexplicables naturalmente, son uno de los rasgos originales de este santuario. Desde el origen, han sido interpretados como un signo de consagración del lugar: Percibí un olor tan suave durante un cuarto de hora, que en mi vida he olido nada parecido, y que me causó una satisfacción tan grande que quedé fuera de mi mismo.
Lo cual me confirmó todavía más en el buen sentimiento que he tenido siempre hacia esta aparición, ya que los buenos olores que se sienten en un lugar son marcas visibles de la santidad de ese lugar (…) Lo cual no habría yo osado comunicar si una infinidad de otras personas de condición y dignas de fe no me hubieran relatado haber sentido semejantes olores en ese santo lugar. (R de Labriolle, BenoÎte, la bergère de Notre-Dame du Laus, 1977)
Un tiempo propicio para reconciliarse
Benita se tomó en serio la misión recibida de la Virgen y se dedica a preparar a los pecadores para que reciban el sacramento de la Penitencia. Por eso anima con frecuencia a los dos sacerdotes adscritos al santuario a recibir a los peregrinos con dulzura, paciencia y caridad, empleando una bondad especial para con los más pecadores a fin de incitarlos al arrepentimiento.
La Virgen le pide a Benita que amoneste a las mujeres y a las muchachas de vida escandalosa, especialmente las que cometen aborto, a los ricos injustos o perversos, a los sacerdotes y religiosos infieles a sus compromisos sagrados. Sin embargo, no todos ven con buenos ojos los acontecimientos de Laus; algunos llegan incluso a atribuir las apariciones al demonio. Por lo tanto, se hace necesaria una nueva investigación diocesana, que acaba por convencer al nuevo vicario general, Juan Javelly, de la autenticidad de las apariciones.
A aquellos que se quejan de que todo el mundo se va a Laus, éste les responde: «No es Benita la que hace que se pierda la devoción (es decir, la práctica religiosa) de nuestra iglesia, sino que la causa son nuestros pecados: hemos puesto tan poco entusiasmo y cuidado en mantenerla que la devoción se ha trasladado al otro extremo de la diócesis. Lejos de retirarla, ni de hacerle nada a esa buena muchacha, cuya virtud conozco, lo que debemos hacer es tener cuidado de que la devoción no desaparezca (de la diócesis de Embrun), y colaborar con ella para que se conserve allí, no sea que la perdamos del todo».
Tanto en sus oraciones como en su apostolado, Benita es aconsejada sin cesar por Nuestra Señora: «¡Ánimo, hija mía! Ten paciencia… cumple de buena gana tu tarea… no sientas ningún rencor hacia los enemigos de Laus». También su ángel de la guarda la instruye: «Cuando estamos alegres, todo lo que hacemos resulta agradable a Dios, pero cuando nos enfadamos, nada de lo que hacemos le complace».
Entre 1669 y 1679, Benita es favorecida con cinco apariciones de Cristo, que se le revela en un estado de sufrimiento. Un viernes de julio de 1673, el Salvador, ensangrentado, le dice: «Hija mía, me muestro en este estado para que participes de los dolores de mi Pasión».
Ella es la causa que pierda tantas almas
A partir de 1684, el lugar de peregrinación de Laus se encuentra en su máximo apogeo. Las tropas que se hallan en la guarnición de Gap, se dirigen en masa a Laus. Los soldados, afectados por la gracia, se confiesan, cambian de vida y se convierten en mensajeros de Laus, en toda Francia pero también en el extranjero.
Pero después de aquel tiempo de éxito le sucede otro de tribulaciones y de oscuridad. Benita padece fuertes tentaciones contra la confianza en Dios y la castidad; el demonio la ataca incluso físicamente, pero ella, refugiándose en la oración, consigue resistir.
El espíritu infernal revela en una ocasión el motivo de sus ataques, exclamando: «Ella es la causa de que pierda tantas almas». A finales de julio de 1692, Benita y los sacerdotes de Laus se ven obligados a refugiarse en Marsella para huir de la invasión de las tropas del duque de Saboya, que devastan la región de Gap. La paz civil acaba restableciéndose, pero Benita continúa sufriendo tribulaciones purificadoras.
Efectivamente, pues el sucesor del padre Javelly, adversario de la peregrinación de Laus, nombra dos nuevos responsables del santuario que manifiestan poco entusiasmo por el cuidado de las almas, haciendo además circular en cadena que Laus no es más que un engaño.
A partir de 1700, le prohíben a la pastora que hable a los peregrinos, y su reputación es amenazada. Sin embargo, Benita no carece de consuelo, pues recibe con frecuencia la visita de la Virgen y de su ángel, quienes la reconfortan.
Finalmente, en 1711, el lugar de peregrinación es confiado a una nueva comunidad, la de los «Padres gardistas», quienes se revelan como hombres de oración que inculcan a los peregrinos de Laus la devoción al Sagrado Corazón de Jesús y el recurso a María, refugio de los pecadores.
Después de veinte años de calvario, Benita puede de nuevo ejercer su misión en paz, de tal modo que una multitud de peregrinos acude a ella. Pero tantas austeridades y tribulaciones han conseguido vencer su salud.
Tras guardar cama durante un mes, recibe el santo viático el día de Navidad de 1718. Tres días más tarde, se confiesa y recibe con gran consuelo la Extremaunción. Hacia las ocho de la noche, Benita se despide de los que la rodean y, luego, tras besar un crucifijo y con la vista mirando al cielo, fallece en paz y va a reunirse en el Cielo con su Esposo Jesús y su Santísima Madre María.
El proceso de beatificación de la sierva de Dios Benita Rencurel, introducido en 1871, ha sido reanudado recientemente por la diócesis de Gap. Tras haber sido administrado sucesivamente por los Padres gardistas, las Oblatas de María Inmaculada y las Misioneras de Nuestra Señora de Laus, el santuario está hoy a cargo del clero diocesano, con la asistencia de una comunidad de Hermanos de San Juan.
El santuario de Laus es un centro espiritual que, fiel a su misión, acoge a peregrinos que acuden a ponerse bajo la protección maternal de María para recibir el sacramento del perdón.