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El Papa, en la Virgen de Guadalupe, afirma que la «escuela de María» enseña a no buscar «soluciones mágicas» para América

 

El Papa Francisco presidió este miércoles en la basílica de San Pedro una Eucaristía en honor a la Virgen de Guadalupe, cuya fiesta se celebra este 12 de diciembre. Recordando las palabras del Magnificat, el Papa recordó en su homilía que “María nos enseña que, en el arte de la misión y de la esperanza, no son necesarias tantas palabras ni programas, su método es muy simple: caminó y cantó”.

Según el Papa María se convirtió en la primera “pedagoga del evangelio” que “recuerda las promesas hechas a nuestros padres y nos invita a cantar la misericordia del Señor”.

¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?’

Francisco explicó que “la Virgen María caminó al Tepeyac para acompañar a Juan Diego y sigue caminando el Continente cuando, por medio de una imagen o estampita, de una vela o de una medalla, de un rosario o Ave María, entra en una casa, en la celda de una cárcel, en la sala de un hospital, en un asilo de ancianos, en una escuela, en una clínica de rehabilitación … para decir: ‘¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?’. Ella más que nadie sabía de cercanías. Es mujer que camina con delicadeza y ternura de madre, se hace hospedar en la vida familiar, desata uno que otro nudo de los tantos entuertos que logramos generar, y nos enseña a permanecer de pie en medio de las tormentas”.

“Escuela de María”, dijo en varias ocasiones el Pontífice. En ella, aseguró, “aprendemos a estar en camino para llegar allí donde tenemos que estar: al pie y de pie entre tantas vidas que han perdido o le han robado la esperanza”.

Francisco prosiguió su homilía incidiendo en que “en la escuela de María aprendemos a caminar el barrio y la ciudad no con zapatillas de soluciones mágicas, respuestas instantáneas y efectos inmediatos; no a fuerza de promesas fantásticas de un seudo-progreso que, poco a poco, lo único que logra es usurpar identidades culturales y familiares, y vaciar de ese tejido vital que ha sostenido a nuestros pueblos, y esto con la intención pretenciosa de establecer un pensamiento único y uniforme”

En esta escuela mariana, volvió a insistir el Papa, “aprendemos a caminar la ciudad y nos nutrimos el corazón con la riqueza multicultural que habita el Continente; cuando somos capaces de escuchar ese corazón recóndito que palpita en nuestros pueblos y que custodia —como un fueguito bajo aparentes cenizas— el sentido de Dios y su trascendencia, la sacralidad de la vida, el respeto por la creación, los lazos de solidaridad, la alegría del arte del buen vivir y la capacidad de ser feliz y hacer fiesta sin condiciones, ahí llegamos a entender lo que es la América profunda”.

La Virgen «brinda coraje»

La Virgen María “brinda coraje, enseña a hablar y sobre todo anima a vivir la audacia de la fe y la esperanza”, agregó Francisco. De esta manera “ella se vuelve trasparencia del rostro del Señor que muestra su poder invitando a participar y convoca en la construcción de su templo vivo. Así lo hizo con el indiecito Juan Diego y con tantos otros a quienes, sacando del anonimato, les dio voz, les hizo conocer su rostro e historia y los hizo protagonistas de esta, nuestra historia de salvación”.

El Señor no busca el aplauso egoísta o la admiración mundana. Su gloria está en hacer a sus hijos protagonistas de la creación. Con corazón de madre, ella busca levantar y dignificar a todos aquellos que, por distintas razones y circunstancias, fueron inmersos en el abandono y el olvido.

En María, dijo el Santo Padre, el Señor desmiente “la tentación de dar protagonismo a la fuerza de la intimidación y del poder, al grito del más fuerte o del hacerse valer en base a la mentira y a la manipulación. Con María, el Señor custodia a los creyentes para que no se les endurezca el corazón y puedan conocer constantemente la renovada y renovadora fuerza de la solidaridad, capaz de escuchar el latir de Dios en el corazón de los hombres y mujeres de nuestros pueblos”.

Por ello, el Papa explicó que María, “pedagoga del evangelio», caminó y cantó “nuestro Continente y, así, la Guadalupana no es solamente recordada como indígena, española, hispana o afroamericana. Simplemente es latinoamericana: Madre de una tierra fecunda y generosa en la que todos, de una u otra manera, nos podemos encontrar desempeñando un papel protagónico en la construcción del Templo santo de la familia de Dios”.

“Hijo y hermano latinoamericano, sin miedo, canta y camina como lo hizo tu Madre”, concluyó Francisco.

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