El 7 de enero se celebra la Natividad de Jesucristo según el calendario litúrgico de las Iglesias Ortodoxas (además de celebrarse también la fiesta litúrgica ortodoxa de los santos reyes Melchor, Gaspar y Baltasar). Esta fiesta cuenta con un icono establecido al menos desde el siglo VI, que ha recibido algunos retoques en distintas ocasiones y lugares, y que pone al centro a la Virgen María.
También recoge elementos del llamado Protoevangelio de Santiago, un texto lleno de datos apócrifos sobre María, sus padres y su familia, que probablemente se escribió hacia el año 150 y que daba algunos datos sobre el Nacimiento de Jesús que autores antiguos recogieron. Por ejemplo, San Justino Mártir, que murió en el año 165, hablaba de que Jesús nació en una cueva, como recoge el Protoevangelio de Santiago. También los peregrinos que van a Belén en la actualidad ven que bajo la Basílica de la Navidad hay una serie de cuevas en las que podían guardarse animales en la antigüedad (y donde estuvo el biblista San Jerónimo de ermitaño, se cree, trabajando entre el 390 y el 405 en su traducción de la Vulgata).
San Clemente de Alejandría, que murió en el 215, afirma en un texto que la virginidad de María fue constatada por una comadrona. Efectivamente, el Protoevangelio de Santiago recoge la escena y 2 mujeres participan: una comadrona israelita y una mujer llamada Salomé (quizá una pariente de la Virgen María, la Salomé de los Evangelios). Las parteras no ayudan en el parto (que es milagroso) sino que testifican la virginidad de María y limpian al Niño. En Occidente estas parteras también aparecían en el arte latino, hasta que en el siglo XVI el Concilio de Trento ordenó no representarlas, por no ser de origen bíblico.
El icono clásico recoge estas ideas: la cueva con los animales representada con el color negro y las dos mujeres que no son María pero están con el bebé.
El icono de la Natividad, versión clásica que se usa más hoy en la Ortodoxia: ángeles, pastores, gruta negra, buey y mula, tierra afilada, hostil, José habla con un demonio, las parteras limpian al Niño Jesús, María mira a José atribulado
TEXTO del Protoevangelio de Santiago (hacia el 150 d.C.)
María le dijo:
—José, bájame del asno porque lo que hay en mí me da prisas para nacer.
Allí mismo la bajó y le dijo:
—¿Dónde te podré llevar para proteger tu pudor? Porque este lugar es un desierto.
Encontró allí una cueva; la llevó dentro, la dejó en compañía de sus hijos [según este relato cuando José tomó a María era viudo, y había tenido otros hijos en su primer matrimonio] y se fue a buscar una comadrona hebrea en la región de Belén.
Yo, José, caminaba y no caminaba. Miré a la bóveda del cielo y vi que estaba inmóvil. Miré al aire y lo vi atónito, y a los pájaros del cielo, quietos. Miré a la tierra y vi una vasija. Y los que estaban masticando no masticaban, y los que tomaban algo no lo alzaban y los que llevaban algo a sus bocas no lo llevaban. Sin embargo, los rostros de todos estaban mirando hacia arriba. Y vi que unas ovejas eran conducidas, y las ovejas estaban inmóviles. Y el pastor levantaba la mano para golpearlas, y su mano estaba alzada pero inmóvil. Y miré a la corriente del río y vi los hocicos de unos cabritillos que estaban sobre el agua y no bebían. Todo, en un instante, volvió a recuperar su curso. Y vi que una mujer bajaba de la montaña y me dijo:
—Hombre, ¿a dónde vas?
Y le dije:
—Busco una comadrona hebrea.
Ella me respondió:
—¿Eres de Israel?
Le dije:
—Sí.
Ella dijo:
—¿Y quién es la que está dando a luz en la cueva?
Yo dije:
—Mi desposada.
Me dijo:
—¿No es tu mujer?
Le dije:
—Es María, la que se crió en el templo del Señor. Me tocó en suerte como mujer pero no es mi mujer, sino que su concepción es obra del Espíritu Santo.
La comadrona le dijo:
—¿De verdad?
José le dijo:
—Ven y mira.
Partió con él y se detuvieron en el lugar de la cueva. Y una nube muy oscura cubría la cueva. Dijo la comadrona:
—Hoy mi alma ha sido engrandecida, porque mis ojos han visto hoy prodigios, pues ha nacido la salvación para Israel.
De repente la nube se retiró de la cueva, y apareció una gran luz en la cueva de tal modo que los ojos no la soportaban. Al poco, aquella luz se retiró hasta que apareció un niño. Vino y tomó del pecho de María su madre. La comadrona gritó y dijo:
—¡Qué grande es el día de hoy para mí, porque he visto este asombroso prodigio!
La comadrona salió de la cueva, y Salomé se encontró con ella. Le dijo:
—Salomé, Salomé, tengo que explicarte un prodigio asombroso. Una virgen ha dado a luz, cosa que no le permite su naturaleza.
Dijo Salomé:
—Vive el Señor, mi Dios, que si no meto mi dedo y examino su naturaleza, no creeré en modo alguno que la virgen ha dado a luz.
La comadrona entró y dijo:
—María, dispónte, porque ha surgido una disputa no pequeña en torno a ti.
María la escuchó y se dispuso. Salomé metió el dedo en su naturaleza. Salomé gritó y dijo:
—¡Ay de mi iniquidad e incredulidad, porque tenté al Dios vivo, y he aquí que mi mano se desprende de mí por el fuego!
Salomé se puso de rodillas ante el Señor diciendo:
—Dios de mis padres, acuérdate de mí, porque soy descendencia de Abrahán, Isaac y Jacob. No me conviertas en escarmiento para los hijos de Israel, sino restitúyeme a los pobres, pues tu sabes, Señor, que yo realizaba mis acciones en tu nombre y recibía mi recompensa de ti.
Y he aquí que un ángel del Señor se presentó diciendo:
—Salomé, Salomé, el Señor del universo escuchó tu súplica. Acerca tu mano al niño, sosténlo y tendrás salvación y alegría.
Con alegría Salomé se acercó y lo sostuvo diciendo:
—Lo adoraré porque ha nacido como gran rey para Israel.
Y he aquí que Salomé quedó inmediatamente curada, y salió justificada de la cueva. Y he aquí que una voz decía:
—Salomé, Salomé, no anuncies las maravillas que has visto hasta que el niño vaya a Jerusalén.
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Explicación del icono
En el Monasterio de Santa Catalina de Alejandría, en el Sinaí, se conserva un icono de la Natividad del siglo VI, quizá el más antiguo que tenemos. El icono tiene como centro absoluto al Niño Jesús, aunque la mayor masa de color es el rojo festivo de la Virgen, tumbada. En los iconos griegos y rusos posteriores la Virgen gana más centralidad aún, y el Niño es más pequeño. El Niño parece amortajado y la «cuna» parece un ataúd: un presagio de lo que va a pasar.
Icono de la Natividad de Sta. Catalina del Sinaí (siglo VI): la cueva oscura,
las parteras lavan al Niño, José reflexiona, el asno y el buey, el pastor toca la flauta
En el cielo los ángeles cantan, en la tierra los pastores se agitan o tocan instrumentos (con sus rebaños) y los reyes magos se acercan. Pero en realidad el Niño Dios está solo en la oscuridad de su cueva, calentado solo por los animales que lo miran con cariño y le dan su calor.
Estos animales son dos, los mencionados en Isaías 1,3: «El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor». Es decir, animales, más sabios que los hombres, que no reconocen a Dios. En realidad, el Evangelio no menciona al buey ni al asno, pero sí dice que María puso al niño en un pesebre y que en el pesebre lo encontraron los pastores, y no es raro que donde haya pesebre haya animales (los que comen en el pesebre). La soledad del Niño reafirma la humildad de su estado.
Mientras tanto, José aparece representado como un hombre mayor que reflexiona (el Protoevangelio lo consideraba un viudo con hijos). En la versión del siglo VI está sólo en la cueva, con animales, reflexionando preocupado. En la versión rusa (por ejemplo, la del beato Andrey Riubliov, aproximadamente de 1410) hay un hombre extraño, viejo y con pieles, que le habla: representa al demonio, a la tentación, que le murmura que si de verdad el Niño fuera algo divino no estaría allí abandonado en tan duras circunstancias.
La versión del beato pintor Andrey Rubliov en la Catedral del Kremlin de Moscú,
hacia el año 1410… un demonio tienta a José; la Virgen mira a los hombres
La versión rusa insiste en rodear la cueva de agujas de tierra afilada, que puede cortar y dañar: nuestro inhóspito mundo caído, hostil a los hombres y a los niños. En algunas versiones se ven símbolos vegetales en el suelo de «la raíz del tronco de Jesé» (Isaías 11, 1-2), la promesa de que del linaje de Jesé, padre del Rey David, antepasado de José, vendría una esperanza, un «vástago, y el Espíritu del Señor reposará sobre Él».
Los elementos son muchos, se repiten en los siglos con pocas variaciones, y María, cansada, melancólica, ocupa el centro. A veces mira a José, preocupada, al verla debatirse entre las dudas y tentaciones (como en el icono de Riubliov); otras versiones hacen que María mire a los pastores o al espectador porque nosotros, los hombres, nos vamos a ver involucrados en el drama del Niño Dios, igual que Dios se hace Niño para verse involucrado, con dolor, en nuestros dramas humanos.
Natividad de Giotto, hacia el 1310: las parteras, los pastores con rebaños, José reflexionando, muchos ángeles, y la mula y el buey muy simpáticos; María con un rostro animado, alegre… el arte occidental se iba humanizando
Natividad en piedra en San Pedro de Ager (hacia 1350, se conserva en el MNAC de Barcelona); poco espacio pero con todo el canon: un pastor, ángeles, José sentado, la partera, el Niño, la Virgen sentada (no tumbada), mula y buey…