Esta semana se han cumplido cien años del nacimiento del mítico torero Manuel Rodríguez “Manolete” que moriría corneado en la plaza jienense de Linares en 1947 cuando tenía treinta años recién cumplidos. El diestro era un gran devoto de la Virgen María y no ocultaba su amor a la madre de Jesús, del que hay muestras públicas.
Una de ellas la ha contado la Archidiócesis de Valencia, que coincidiendo con el centenario del torero ha informado que el Museo Mariano de la Virgen de los Desamparados exhibe en la actualidad la esclavina del capote que en 1942 regaló Manolete a la patrona valenciana.
Aunque nació en Córdoba, el torero estuvo muy vinculado a nivel profesional y personal con Valencia. Así fue como el 7 de septiembre de 1942 ofreció a la Virgen de los Desamparados, en su camarín de la basílica, el capote de paseo –de color blanco y bordado en oro- que ese mismo día había recibido como triunfador de la Feria de Julio en Valencia.
Precisamente, la esclavina o parte superior del capote en forma de luna que se expone
La tarde del 7 de septiembre de 1942, “Manolete”, acompañado por su apoderado y todos los miembros de su cuadrilla, acudió a la Basílica donde el entonces capellán, Rufino García, ofició la ceremonia de bendición. Tiempo después, con parte de la tela del capote se hizo un delantal y peto para la Virgen, piezas que actualmente también conserva el Museo Mariano de la Basílica.
Manolete y la Virgen de los Dolores
Pero además Manolete tenía una relación muy íntima con la Virgen de los Dolores, a la que tenía especial devoción gracias a su madrina Dolores. Tal y como recordaba Cari Fili News, el torero era cofrade de la Hermandad de los Dolores.
Y como gran amante de esta advocación, la paseó por todo el mundo en un capote de seda y oro que lucía esa imagen bordada. Jamás se separaba de él, y le acompañó a todas las plazas donde toreó. Cuando en 1944 se le hizo un homenaje en su Córdoba natal, ese capote presidió el local donde se celebró un acto.
Pero además, el torero tenía una costumbre de honda reverencia a la Santísima Virgen. Siendo Fernando Fernández de Córdoba hermano mayor de la cofradía de los Dolores, se lo encontró en una ocasión de regreso de su gira americana rezando, según era su costumbre, ante el azulejo de la Virgen de los Dolores que luce en la cuesta del Bailío. Allí pasaba siempre un buen rato antes de entrar en la Iglesia, y aquella vez Don Fernando quiso salir de dudas.
“Manuel, ¿por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”, le preguntó. Manolete le brindó una respuesta estremecedora: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.