El pasado viernes la Santa Sede publicaba los decretos de la Congregación para las Causas de los Santos los decretos que, entre otros, reconocían el martirio de varios religiosos españoles en la guerra civil española o en el conflicto armado de Guatemala en la década de 1980. Junto a ellos aparecían también reconocidas las virtudes heroicas de varios fundadores de órdenes y congregaciones religiosas.
Y casi sin destacar aparecía el nombre de un fraile capuchino francés, Marie Antoine de Lavaur (1825-1907), un religioso humilde que, sin embargo, fue un súper-apóstol durante su vida. Repasando su biografía parece imposible que pudiera realizar tantas obras, pero su predicación, su lectura de los corazones en la confesión, su apostolado con los más pobres así como con los distintos gremios atrajo a la fe a miles de personas. Y fue famoso por lograr impresionantes conversiones de grandes pecadores. Tanta era su fama que era ya conocido en vida como el “santo de Toulouse”.
La Virgen, Lourdes y la misión
Sin embargo, fue su profundo amor a la Virgen María el que caracterizó su vida. Conoció a santa Bernardette cuando todavía niña recibía las apariciones de María en Lourdes. De hecho, el modo de peregrinación que hoy conocemos de este santuario se debe principalmente al padre Marie Antoine de Lavaur. Fue el que inició las grandes peregrinaciones. Más de 100 llegó a dirigir este capuchino hasta su muerte en 1907. Y también es el que organizó las primeras procesiones de las antorchas, de los enfermos y del Santísimo Sacramento que a día de hoy siguen congregando a miles de personas en Lourdes.
Pero además con el deseo de seguir expandiendo por el mundo el amor a María, este fraile fundó precisamente en Lavaur, su pueblo, otro santuario mariano, conocido como Nuestra Señora de Pech o de la Consolación.
Fama de santidad incluso para los anticlericales
La fama de santidad de este capuchino la arrastraba ya en vida no sólo entre los católicos de la zona sur de Francia, zona que recorrió predicando y convirtiendo, sino también entre sectores muy anticlericales.
El día de su entierro, el 10 de febrero de 1907, más de cincuenta mil personas se agolparon en Toulouse al paso del cortejo fúnebre de este sacerdote que fundó en esta ciudad francesa el convento capuchino en el que viviría durante toda su vida.
La Dépêche, el diario regional de ideología de izquierdas y anticlerical hablaba así de este sacerdote tras su muerte: “Este hijo de San Francisco, muy popular en algunos círculos, no quiso mantener ni una moneda para él y lo dio todo a los pobres. Corrió directamente hacia su objetivo y en sus audaces zancadas nadie encontró motivos para burlarse de él…”.
Consagrado a la Virgen al nacer
Este amor a la Virgen que le acompañó siempre durante su fecunda vida le venía desde su propio nacimiento. Su padre, Fréderic, lo llevó poco después de nacer ante la Madre de Dios. “Bendita Virgen, te lo consagro, él es tuyo”, dijo.
Desde niño ya quería ser sacerdote y su celo empezó a manifestarse muy pronto. Mientras estudiaba Teología antes de ser sacerdote, Marie Antoine deambulaba por Toulouse evangelizando en las calles a adolescentes sin hogar que realizaban trabajos precarios. Estos jóvenes que eran afiladores de cuchillos, zapateros o vendedores ambulantes fueron reunidos por este joven aspirante en varias cofradías y asociaciones, volviendo a la fe de la Iglesia.
Incansable en el anuncio del Evangelio
Nada más ser ordenado sacerdote en 1850 vio la necesidad de recorrer los campos en busca de aquellos agricultores que privados en muchos casos de la asistencia religiosa habían abandonado la fe. Y así fue como acabaría estableciendo la Sociedad de San Vicente de Paúl para magistrados, a las mujeres bajo la bandera de María o a los pobres con El Pan de San Antonio de Padua.
Sin embargo, durante una peregrinación al santuario de Nuestra Señora de Bout-du-Puy el Señor le dijo: “¡serás capuchino!”. Y pese a la resistencia que encontró en su entorno se acabaría convirtiendo en fraile y precisamente en el gran apóstol del sur de Francia.
«Cada misión es una guerra»
Pronto su predicación y su arrollador carisma fue produciendo numerosas conversiones, y así empezó a realizar las más de 700 misiones por todo el sur de Francia. “Cada misión es una guerra. Así que siempre he sentido la necesidad de colocarlas bajo la bandera de la Madre de los guerreros (María)”.
Su anuncio del Evangelio empezó a atraer a multitudes a las iglesias, muchos de ellos alejados que volvieron a los sacramentos. Entre ellos destacaban conocidos pecadores públicos.
Según afirmaba el padre Lavaur “no es suficiente, en este momento, tener una gran fe: viva, informada, iluminada. Debe ser militante y triunfante. El mal debe ser derrotado con fe. No hay otra forma”.
Transformando vidas y corazones
Dada esta forma de ser tan contundente congeniaba también muy bien con los hombres. Muchos de ellos empezaron a ir a escuchar sus sermones después del trabajo, algo impensable para muchos. Y así logró que volvieran a la confesión donde tenía el don del discernimiento y de leer los corazones.
Una anécdota que explica el carisma de Marie Antoine de Lavaur ocurrió en enero de 1875 en la localidad de Gondrin. Allí desde su taller, un zapatero se burlaba de los que iban corriendo para escuchar el sermón de este capuchino, al que llamaba el “vagabundo descalzo”. El religioso fue a verle y le pidió que le arreglara sus sandalias. Dos días después fue a recogerlas y dio un beso a este hombre. Pero este zapatero tenía un tumor en la cara que le había convertido en el apestado de la aldea. Sentir los labios del sacerdote en su herida y encontrarse con su mirada de amor y paz transformó a este hombre. A partir de ese día, el zapatero volvió a la Iglesia y pregonaba su santidad.
Sin embargo, todo este ‘éxito’ él lo atribuía directamente a la Virgen María, de la que siempre hablaba con un profundo amor. “El corazón de una madre es una obra maestra de Dios, y el Corazón de María es el más hermoso de todos los corazones de las madres. En ella, Dios y el hombre se reunieron para darse un beso de amor santo y eterno”.
Por ello, este capuchino francés predicó sobre María, le consagró parroquias, fundó cofradías y asociaciones bajo su patrocinio y organizó numerosas peregrinaciones a capillas dedicadas a Ella. “En todas mis misiones la buena Virgen me ha ayudado visiblemente”, explicaba. Entonces, cada vez que había un lugar de peregrinación cercano, este religioso dirigía a toda la parroquia a la que había evangelizado para dar las gracias a María.
Las peregrinaciones a Lourdes tal y como las conocemos
Y todavía no había llegado el turno de Lourdes. En julio de 1858, cuando estaban concluyendo las apariciones, Marie Antoine de Lavaur conoció personalmente a Bernardette Soubirous. Durante una de las apariciones, la Virgen había pedido que se construyera una capilla y la gente fuera en peregrinación a Lourdes.
Estas palabras no dejaron indiferente a este capuchino, un súper-apóstol amante de María. Con el párroco de Lourdes, el padre Peyramale, se embarcó en numerosos proyectos en Lourdes. Fue quien dirigió las primeras grandes peregrinaciones organizadas a la gruta. Es en gran medida el fundador de la liturgia popular de Lourdes con las procesiones de las antorchas que comenzaron en 1863, la procesión con el Santísimo o la procesión de los enfermos. Fue también iniciativa la instalación del Vía Crucis que cada año recorren cientos de miles de peregrinos.
Allí en Lourdes Antoine Marie era feliz. Como predicador atraía a este lugar mariano a miles, entre ellos muchos alejados, a los que confesó también por miles. Y en Lourdes, y haciendo equipo con la Virgen, acabaría llevando multitudes a Cristo.