Roberta Sofia de la Theotókos nació en Roma el 11 de julio de 1986. Se confesó por primera vez a los 21 años, en una peregrinación a la que no quería ir, y acabó pasando de una fe ortodoxa, un tanto desdibujada por su parte, a una profunda fe católica, como hermana de la comunidad mariana Oasis de Paz. La Fundación CARF -quien financia sus estudios- recoge su testimonio.
«Mi historia podría definirse como algo particular, aunque todas son particulares a los ojos de Dios. Nací y crecí en la Iglesia ortodoxa y mi origen se resume en mis dos nombres. ‘Roberta’, el nombre de bautismo, que representa la parte latina de mis raíces de padre italiano, y ‘Sofía’, recibido en el momento de mi profesión religiosa, de origen griego, ya que mi madre es de Atenas», comenta la hermana.
«Algo profundo faltaba en mi vida»
Roberta recibió, al igual que su hermano pequeño, el bautismo, la comunión y la confirmación al mismo tiempo, con sólo seis meses de vida, en la Iglesia ortodoxa y según el rito bizantino. «De joven, la fe y la religión eran algo lejano en mí, tibio. Sin embargo, la clase de religión en la escuela me gustaba y la fe de mi madre me alentaba. No rechazaba a Dios, pero no cultivaba una relación cercana con Él. Solíamos ir a misa en Navidad y Pascua. De hecho, mi familia no era practicante», reconoce.
Su madre llegó a Italia a estudiar medicina cuando era joven y allí conoció a su padre. Cuando tenía cuarenta años volvió a redescubrir la fe, gracias a unos amigos con quienes frecuentaba grupos de oración y movimientos católicos, así como a la comunidad a la cual pertenece la hermana Roberta.
«En aquella época, antes de descubrir mi vocación, yo era una joven que se preguntaba sobre su futuro. Me matriculé en la facultad de Ingeniería Electrónica. Todo me gustaba y me fascinaba, pero no tenía claro aún mi camino. Sin embargo, no me sentía feliz a los 21 años, cuando la vida es todo avance y debe estar llena de fuerza y alegría. No estaba en mi lugar, en el camino correcto, y sentía que algo profundo faltaba en mi vida: estaba buscando el significado de mi existencia en el mundo», comenta la religiosa.
En ese momento, Dios fue a su encuentro. «En un caluroso verano de 2007, mientras planeaba vacaciones y conciertos con amigos, mi madre quiso hacerme un regalo por mi cumpleaños: un viaje a Medjugorje para el festival juvenil que siempre tiene lugar en la primera semana de agosto. ¡Imagínense mi trastorno ante semejante propuesta! No tenía ni idea de qué se trataba», recuerda.
«Estaba en lista de espera, porque las plazas estaban llenas. Pero la fe de mi madre fue mayor, y se encomendó a la Virgen, ¡quien no dudó en llamarme! A pesar de que estaba en lista de espera, justo el día antes de la salida de este viaje, recibí una llamada telefónica de un sacerdote de la Comunidad Mariana Oasis de Paz que estaba organizando la peregrinación», añade.
Sin embargo, Roberta le explicó al sacerdote que le llamaba que no podía ir. «Otros planes de verano me estaban esperando. La respuesta del cura fue lapidaria y me traspasó el corazón: ¡Roberta! ¡Cuando Nuestra Señora llama, Ella llama! Así que puedes dejarlo todo y venirte a Medjugorje ahora», le dijo.
«Instintivamente le respondí un rápido ‘lo pensaré’, y colgué. ¡La ventana que dejé abierta en esa respuesta fue la rendija en la que se coló la gracia de Dios! Me encerré en mi habitación con la cabeza entre las piernas y me di la oportunidad de pensar qué hacer. En ese instante percibí internamente con una claridad sorprendente, como nunca antes, que debía emprender este viaje», comenta.
Roberta accedió a ir a la peregrinación. «Yo era como una hoja en blanco frente a lo desconocido, en la que Dios ya estaba escribiendo su plan de amor y salvación. Entonces llamé a ese sacerdote y le dije que sí. Y emprendí el viaje más importante de mi vida. En ese lugar experimenté todo el asombro de tantos jóvenes que oraban con fe y alegría, descubrí todo el amor de Dios que me esperaba a través de la Virgen y de su infinito corazón maternal», asegura.
«María estaba tan viva y presente en Medjugorje que no podría describirla, pero la percibí acogiéndola como una niña que comienza a gatear para estar frente a una nueva vida teñida de significado, paz, alegría, gratitud. Me sentí tan libre y amada por un Dios Padre que no podía esperar a que su hija volviera a su corazón. En este pueblo milagroso de Bosnia-Herzegovina, y con 21 años, realicé la primera confesión de mi vida», añade.
Fue un momento de gracia, ella ni siquiera sabía qué hacer. «El sacerdote me miró fijamente y, al enterarse de que nunca me había confesado, me preguntó si conocía a Jesús y si deseaba hacerlo. Dije que sí con todo mi corazón y simplemente lloré durante toda la confesión, mientras sentía que los cielos se abrían sobre mí y el Espíritu descendía como una cascada de agua fresca», relata Roberta.
«Regresé transfigurada de ese viaje. Fue el comienzo de una conversión muy fuerte. Mi vida después de este profundo encuentro con Jesús cambió radicalmente, en mis elecciones y en mi corazón. Encontré un nuevo impulso y vigor también para mi futuro al decidir matricularme en la Facultad de Arquitectura de la Universidad La Sapienza de Roma, donde luego obtuve una maestría».
«Mientras tanto, mi amor a Dios y a María crecía, tenía sed de conocerlos y comencé a frecuentar la comunidad, aprendiendo a orar, a adorar al Señor, a disfrutar de su amistad. Todo volvió a florecer mientras mi familia observaba con asombro este cambio. Sin embargo, algo más conmovía mi corazón, atraída cada vez más por este Amor. Me sentí profundamente cortejada por el Señor pero en mi racionalidad traté de mantener los pies en la tierra pensando que eran efectos de esta gran conversión».
En aquella época, Roberta comenzó a frecuentar la Iglesia Ortodoxa para aprender y profundizar más en sus orígenes en la fe, mientras que, al mismo tiempo, la Iglesia Católica le había adoptado. «Se estaba preparando una semilla de vocación, sentía en mi corazón que pertenecía enteramente a Dios, pero esto al mismo tiempo me asustaba. Era una petición que percibía como demasiado grande y exigente. Yo era ortodoxa, el Señor no podía pedirme tanto, pensé. Luché esperando que con el tiempo todo pasara, pero pasaron los años y este tormento creció en mi corazón».
«Al principio no fue fácil, especialmente para mi familia, pero la gracia de Dios fue más abundante y me apoyó en muchas tormentas. Estuve bajo el manto de María que me ayudó a dejar que mi corazón fuera pacificado por Cristo, a dejar sanar mis heridas, a prepararme para madurar mi sí. Mi lugar era con Ella para colaborar en su misión de paz en muchos corazones, para tender puentes de unidad y diálogo».
Puedes escuchar aquí el testimonio de la hermana Roberta.
«La comunidad de la que hoy formo parte es una realidad internacional, mixta y contemplativa pero abierta a la acogida, de hermanos y hermanas célibes internos y de sacerdotes consagrados y de familias agregadas y seculares que comparten el carisma específico, viviéndolo en su propio estado de vida donde ellos lo encuentran. Hacemos un cuarto voto, el de ser paz, que define nuestro carisma, es decir, conformar a Cristo nuestra Paz e irradiar el don de la Paz en la Iglesia y en la humanidad a través de una vida de intercesión», comenta.
«Con una acogida y humilde ofrecimiento, según una espiritualidad propiamente eucarística y mariana, ya que María es la Madre de nuestra comunidad. De ella aprendemos la profundidad de la oración en el Espíritu para vivir sus actitudes. Este es el lugar que Dios preparó para vivir mi esponsalidad con Él y el don de mí misma«.
Sobre su carisma, en la comunidad a la que pertenece, comenta: «El camino de pacificación y de unificación que sigo viviendo aún hoy, con la ayuda de la gracia, es el que queremos compartir con muchos corazones que experimentan la falta de paz por el alejamiento de Dios, que tienen sed de Él, que necesitan redescubrirlo al igual que en una clínica de cardiología donde el primer desafío de la paz es el de la renovación interior. Para mí la paz es este camino interior de gracia para compartir con muchas almas para ser conducidas de regreso a Cristo, a través de María, pero también tiene sabor a unidad, comunión, diálogo para derribar todo muro de división según el deseo del corazón de Cristo, ¡que todos sean uno para que el mundo crea! Llevo este legado de vida a la comunidad que se inserta en nuestro carisma con el deseo de desarrollar esta sensibilidad ecuménica».
Gracias a la ayuda de la Fundación CARF, y a pedido de su superior, la hermana Roberta inició sus estudios de Filosofía en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, antes de continuar con los estudios de Teología.