Segunda Etapa o Vida Pública

LAS BODAS DE CANÁ

Juan 2,1-11

Las bodas de Caná*

“ A los tres días, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús, le dice: » No tienen vino». Jesús le dice: » Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora»* Su madre dice a los sirvientes: » Haced lo que él os diga»* . Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada tinaja. Jésús les dice: » Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dice: » Sacada ahora y llevadlo al mayordomo». Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los siervientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al esposo y le dijo: » Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora». Este fue el primero de los signos que Jesús realizò en Caná de Galilea*; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron el él.»

*2,1-12 Distintos elementos del relato-la abundancia de vino, las alusiones a la la Nueva Alianza, la mencíon de la hora y sobre todo el banquete de bodas-hacen de este signo una manifestación mesiánica.
*2,4 Lejos de manifestar distancia frente a su madre, la respuesta de Jesús abre el ralato a la futura presencia de María en el Calvario, es decir, la «Hora» de su hijo. Entretanto, la intercesión de la madre adelanta la hora de la manifestación mesiánica.
*2,4 Evocando los términos en que se ratificó la alianza del Sinaí (Ex 18,8 y 24,7) se presenta a María como la representante de Israel fiel.
*2,11 Signos son en este evangelio las acciones portentosas de Jesús que muestran su gloria, es decir, muestran que es el Mesías, Hijo de Dios.

Maria recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, quizás parientes, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Poco antes había aparecido en el Jordán un hombre extraño que predicaba un bautismo de penitencia porque se acercaba el reino de Dios. Era tan poderosa su personalidad y su fuerza interior que muchos habían ido a conocerle, incluido Jesús. Había comenzado ya su vida pública y tenía los treinta años cumplidos.

La invitación a las bodas de Caná, supuso un reencuentro breve entre Madre e Hijo. La predicación de Juan el Bautista había sido objeto de muchos comentarios y entre ellos seguramente se hablara del testimonio que Juan dio a favor de Jesús. El Señor había comenzado ya a reunir a discípulos en torno a Él y su notoriedad empezaba a aflorar entre sus conciudadanos.

No sabemos si por la afluencia de invitados o por el error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era previsible que faltara durante la celebración que acababa de empezar. Esto era grave y podía amargar a los novios el recuerdo de su boda. Y entonces en el momento de apuro, antes de que nadie pudiera sospechar lo que podía ocurrir, intervino la Virgen María. La rapidez con que percibió la catástrofe induce a pensar que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando, pero sin inmiscuirse en la tarea propia del maestresala.

El hecho es que, tan pronto como se dio cuenta que el vino comenzaba a escasear, pensó en el modo de remediarlo. Su bondad la llevó a compadecerse de los novios y a buscar una solución. Y con toda naturalidad, comunica a su Hijo su preocupación: No tienen vino.

La respuesta de Jesús puede recordar a la que dio a sus padres cuando se perdió en el Templo. Aquí como entonces, Jesús traza una línea divisoria entre el Hijo de María y el Hijo de Dios. María se dirige a Jesús como su hijo pero Jesús le contesta como Mesías: Él no ha venido a remediar problemas materiales, pues es de otra índole la misión que ha recibido del Padre.

Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y de testimonio de su divinidad.

La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace; se acercó a unos sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: Haced lo que Él os diga. Esta frase se la dice no solo a los sirvientes de aquella boda, sino a través de ellos, la Madre desea que nos reconozcamos como seres humanos, criaturas hechas por Dios, y por lo tanto servidores en su plan creador. Nuestra Señora da un nuevo testimonio de su acabada perfección: no dice ni más de lo preciso ni menos de lo necesario. Es la medida justa. Ella no tiene que explicarnos nada. El mensaje de salvación ha sido encomendado a su Hijo exclusivamente. María era la Madre del Mesías. Su misión estaba muy bien delimitada y nada se le había dicho para que lo comunicara. Todo el Evangelio gira en torno a Jesús, Él es el centro pero su Madre no lo es, aún cuando está tan próximo a Él, que jamás criatura alguna podrá tener su santidad y su unión con Dios. Precisamente por estar tan cerca de su Hijo, pudo ajustarse con tanta perfección a su propio quehacer, sin salirse jamás de su sitio.

La Virgen María era demasiado discreta y humilde para aventurar opiniones o consejos, no tenía nada que revelar. De ahí que en la única oportunidad que tuvo para dirigirse a nosotros lo hiciera con la misma discreción con que todo lo hizo: Haced lo que Él os diga. Lo que nos recomienda es que obedezcamos a Dios, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, al servicio de lo que Dios nos vaya indicando, porque Él nunca se equivoca, porque es la Verdad, el Camino y la Vida. No hay incompatibilidad entre la libertad y la obediencia. Pero hay que entender bien la libertad, no es la facultad de elegir entre el bien y el mal, pues si así fuera, Dios no puede elegir el mal y Jesús que era Dios, era libre.

La libertad verdadera es la facultad de escoger y decidirse. Se es libre en la medida que el hombre se une a Cristo, La Verdad, por la obediencia. Y la obediencia es una virtud clave pues no es otra cosa que la realización de la vocación propia de ser criaturas, pues toda criatura ha sido hecha para dar gloria a Dios. La voluntad de Dios es la norma a la cual debe ajustarse toda conducta. La obediencia fue la que reparó el pecado de la primera desobediencia y la que abre el corazón a la esperanza, pues por la obediencia, nos salvó Jesucristo.

“Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (cf.Jn 8,31-32)

Tras hablar a los sirvientes, la Virgen María vuelve a confundirse entre los invitados como antes de su intervención.

Este milagro de Caná fue el primero que hizo Jesús y también el más alegre, y desde entonces el matrimonio es un Sacramento.

La asistencia de Jesús y su madre a este tipo de eventos, no sería ni el primero ni el último, nos indica que hay ciertos deberes sociales, que por ser deberes, deben cumplirse. El hombre es sociable por naturaleza. Nace como consecuencia de su propia naturaleza humana un conjunto de lazos que unen a los hombres con otros en una mutua interdependencia, lo cual les obliga a relacionarse. Es otro fenómeno de la vida corriente que como sucede con todos ellos, que puede servir para acercarnos más a Dios y unirnos más a Él o por el contrario, puede ser un obstáculo y alejarnos de Él. Todo depende del móvil que empuje estas relaciones, de la actitud que tengamos ante ellas.

Jesús aceptó estas invitaciones y asistió a banquetes, pues el Señor y su Madre tenían amigos. Y esta realidad que nos muestra el Evangelio, nos hace tratar estos deberes sociales no como un sacrificio, sino al contrario, con el ánimo alegre de quien comparte algo con otros hijos de Dios. Un cristiano no puede convertirse en un misántropo pero debe cuidar el móvil que le lleva a buscar la compañía de los demás, porque es aquí en la intención, donde radica que alegre o no a Dios.

La Virgen María no estaba en la boda para sobresalir y tener a todo el mundo pendiente de ella. El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino, sugiere que María estaba en todo, y esto supone atención, actitud observadora, pensar en los demás antes que en uno mismo. Esto es Caridad, Amor al prójimo.

Pero aún podemos encontrar una más profunda dimensión en las relaciones sociales. Los cristianos por el hecho de serlo, son miembros de la Iglesia que es el Cuerpo místico de Cristo. En el dogma de la Comunión de los Santos, encontramos el significado de lo que comentamos: nada de lo que un cristiano haga es indiferente, pues todo tiene una repercusión más o menos amplia en el Cuerpo Místico, hay entre todos nosotros una misteriosa solidaridad.

Por el mero hecho de estar la Virgen en las bodas de Caná las cosas cambiaron, no fueron igual que si Ella no hubiera estado.

El que Dios haya colocado a un hombre o mujer en circunstancias tales que le lleven a relacionarse con determinadas personas o grupos supone que Dios tienes sus razones y espera algo de ello. La caridad tiene su orden, y los más próximos son los que más derecho tienen. La caridad obliga a cada uno a ser mejor.

Cuanto más cercanos seamos, cuanto más calor irradiemos, cuanto más poseamos a Dios, tanto más caldearemos el ambiente en que vivimos, tanto más bien hará a las personas con quienes nos relacionamos. Por eso las relaciones sociales constituyen un inmenso y permanente campo de influencias y un magnífico campo de apostolado, que no es otra cosa, que preocupación por que los demás descubran y amen a Dios y así sean mejores personas. Pero el que lo hace, el apóstol, debe experimentar una vibración interior que le lleve a acercarles a Dios, pero sin artificios ni ñoñerías, pero con la tenacidad propia de la gracia, y la suavidad necesaria para que acaben abriendo horizontes que tenían cerrados.

La dimensión social del cristiano entraña una enorme responsabilidad. Inhibirse de deberes sociales puede significar el abandono de la vida civil a merced de las fuerzas del mal. Es necesario meter a Jesucristo en la entraña de la sociedad, para que su espíritu informe todas las actividades humanas y las transforme, renovándolas. Sólo el que lleve consigo su propio ambiente impregnado de Cristo, sabrá imponerlo con naturalidad para dar el tono preciso del cristiano y solo él estará en condiciones de cambiar un ambiente: así procedieron los primeros cristianos y cambiaron la faz de la tierra.

El milagro de Cana acabó con las vasijas rebosantes de vino. Los sirvientes obedecieron sin más dilación a lo que la Madre les ordenó, a obedecer a Cristo que les dijo que las llenaran de agua. Ninguno de ellos le preguntó el porqué, ellos obedecieron no solo con la voluntad sino también con la inteligencia, poniéndolas al servicio del mejor cumplimiento del mandato del Señor. Es un buen ejemplo de lo que debemos hacer: obedecer a Dios de una manera pronta, silenciosa, hasta el final, con la voluntad, el corazón y la inteligencia, comprometiendo todo nuestro Ser en la Misión.

(Cf. Suarez, Federico, La Virgen Nuestra Señora, Ed. Rialp, Madrid, 2005, 26ª ed., cap.V, pp 249-270)


LA CRUZ

Juan 19, 25-27

El Calvario
“Junto a la cruz de Jesús estaban su madre*, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al vera a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: » Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: » Ahí tienes a tu madre».Y desde aquella hora, el dicípulo la recibió como algo propio.»

*19,25 La expresión mujer y la solemnidad del momento hacen de este episodio la proclamación de la maternidad espiritual de María para con la Iglesia, representada en el discípulo amado.

Si algo es característico de los Evangelios es su sobriedad en la narración de los hechos; con una objetividad ejemplar los evangelistas nos instruyen del testimonio de la verdad que han visto y han oído. Todo se centra en la Persona y el mensaje de Jesús. Al llegar el momento culminante, la Pasión, la atención se concentra aún más en Él y es así, hasta el punto, que esta parte del Evangelio constituye por sí misma una unidad, sistemáticamente compacta e indivisible.
Desde un punta de vista humano el final de la Cruz supone una derrota humana, el fracaso más rotundo que puede darse: una muerte ignominiosa en un patíbulo acompañado de reos convitos por delitos comunes, después de ser juzgados por las autoridades religiosas de su pueblo y condenado con el consentimiento del representante de la autoridad romana, acompañado en su agonía por el sarcasmo y el desprecio de quienes le habían acusado de endemoniado e impostor.

Y su Madre estaba allí, viéndole a Él y viéndolo todo, oyendo las burlas y permitiendo el dolor, la humillación y la desolación de su Hijo que la penetraba tan íntimamente como la gracia en el momento de la Encarnación.

Jamás mortal alguno pasó prueba como esta. Fue para Ella un momento culminante, otro instante decisivo en su vida, como cuando el ángel se le apareció y tuvo que tomar una decisión. Y como la vida anterior a la Anunciación le sirvió de preparación para dar su Fiat, así Dios la fue preparando para esta hora suprema de la humanidad.

Hay un íntimo encadenamiento de los hechos. La espada mencionada por Simeón en su profecía, cuando la mujer presentaba a su Hijo en el Templo, era ahora una realidad sangrienta. Los evangelistas no nos narran como transcurrieron para María las hora que separaban el comienzo de la Última Cena del drama del Gólgota. Ella estaba con las mujeres y quizás experimentó esas corazonadas de algo terrible, tan propias de la intuición de las madres respecto a la suerte de sus hijos.

El Evangelio nos sugiere que la Virgen no recibió toda la luz de la Revelación de repente y en época temprana. Nuestra Señora iba creciendo en la comprensión de los misterios de su Hijo, con esa ley del crecimiento, que el mismo Jesús estuvo sometido(creció en ciencia adquirida). La profecía del anciano Simeón, la respuesta incomprensible de Jesús en el Templo, el meditar en su corazón el pasaje de Isaías “ varón de dolores”, la lejanía física de Jesús al comenzar su vida pública, el conocimiento de los anuncios de su Pasión que Jesús hizo a sus discípulos, son otros tantos hitos que señalan el camino por el que Dios la iba preparando para el gran momento de la Redención.

La Virgen observó el progresivo cambio que respecto a su Hijo se iba produciendo en el ambiente, desde el entusiamo inicial que provocaban sus milagros y sus palabras hasta la soledad de los últimos meses, cuando nadie se atrevía a mostrarse a su favor por medio a ser expulsado de la sinagoga; escuchó los rumores de los fariseos que le acusaban de estar poseído y vió como sus mismos parientes no creían en Él. Todas estas circunstancias que vivieron de cerca los discípulos de Jesús, los vivió su Madre que iba ponderando en su interior todo cuanto observaba.

Cuando llegó la hora, los discípulos huyeron, pero María estuvo al pie de la Cruz, junto a su Hijo: el stabat que nos habla San Juan sí es un punto de referencia muy firme, como lo es esa antiquísima y venerable tradición del encuentro con su Hijo cuando iba cargando con la cruz. Todo lo vivió Ella y todo lo que los evangelistas no han contado que debió ocurrir en la Cruz. En la Virgen, acostumbrada a la refelxión, se hacía patente la íntima y profunda conexión del drama del Calvario con el gozoso tiempo que se abrió con el mensaje del Arcángel Gabriel.

Pero no hubo tragedia, sino Divina Providencia, porque Cristo nos ha revelado la Voluntad del Padre, que era nuestra Salvación. Cristo es la luz y con Él nos vino el conocimiento. Y es el conocimiento de la Verdad lo que da seguriadad y confianza al Hombre en su existir, y constituye la raíz de esa serena actitud ante la vida y todo cuanto pueda traer consigo: dolor, enfermedad, sufrimiento, catástrofes naturales, que son todas ellas criaturas, que no ocurren por azar, sino de acuerdo al plan previsto por su Creador.

No puede hablarse de la tragedia del Calvario, porque no la hay con relación a Jesús y María. El cumplimiento de la voluntad del Padre nunca tiene un sentido trágico. Un cristiano nunca puede sentirse por un destino trágico, a condición claro de ser realmente un auténtico discípulo de Cristo, Otro Cristo. Porque entonces para él no existe destino sino designio inteligente, cuidado amoroso y paternal de Dios.

Nadie puede pensar que Dios no amara a la Virgen, pero sin embargo no la dispensó del Calvario.

San Pablo nos recuerda (cf. 1Cor 1,18) la importancia de la Cruz en la vida de un discípulo de Cristo, es la Virtud de Dios!

La Virgen María podía haberse refugiado en la compañía amable de las mujeres, en la intimidad de su casa, lejos del Calvario, al fin y al cabo, nada podía hacer por evitarlo.

Pero no lo hizo. Se solidarizó con su Hijo, su amor le llevó a sufrir con Él, ya que otra cosa no podía hacer. Pero como le amaba, y el amor une, sufrió con Él porque su amor le impedía separse de su Hijo ni un instante.

Hay una relación muy precisa y directa entre la capacidad de amor y la capacidad de sufrimiento. Quien no es capaz de sufrir no es capaz de amar. Si nosotros no lo deseamos, lo rehuimos, es síntoma de que todavía nos queremos demasiado a nosotros mismos. No se ha inventado camino que una la Tierra con el Cielo que la Cruz, el que la rechaza, destruye él mismo el camino que le salva. De ahí que la fidelidad de Cristo en el Calvario, la aceptación de la Cruz, sea a su vez síntoma de salvación y prueba de amor por parte de Dios.

El stabat dela Virgen no era una simple presencia, contemplando los hechos. Stabat viene de stare, que es estar de pie, y lo que ello significa en la simbología de la liturgia de la Iglesia.María estaba junto a la Cruz de su Hijo participando activa e íntimamente en el sacrificio, compenetrada con él, asintiendo voluntariamente como Jesús, a la consumaciónd de la voluntad del Padre.

Quizás la fe de Nuestra Señora se puso entonces de manisfiesto como en ninguna otra ocasión. Fue Ella, la plena gratia, quién ofreció a su Hijo, y bebió el cáliz hasta el final.

Es claro que María por haber nacido sin pecado original, toda tentación derivada de la concupiscencia tenía que estar ausente de Ella, pero hay otro tipo de tentación, la de la prueba, que sí hubo de tenerla, como la tuvo Jesús ante la inminencia de la Pasíon cuando experimentó temor y angustia (cf.Mt 26,37) y cuando clavado en la Cruz dijo: Padre, mío*si es posible que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»( Mt 26,39).

*26,39 Invocar a Dios como Padre implica sumisión, respeteo y obediencia, pero también confianza y seguridad de poder contar con su protección

María debió experimentar también esta tentación de abandonar al Padre por su Hijo. Pero la superó, una vez más, la Virgen María estuvo a la altura de lo que Dios le pedía. Tenía su corazón muy grande y muy en su sitio.

La Redención fue como una gran sinfonía de donación, de entrega de Jesus: los judíos lo entregaron a los gentiles, los gentiles lo entregaron a la muerte y María le entregó a la voluntad del Padre; Jesús se entregó a sí mismo. Todo ello voluntariamente, con plena conciencia, de un modo absolutamente responsable. Esta acción de Nuestra Señora es de una profundidad tal que la Iglesia la llama la Corredentora. Su participación fue algo más que simple asentimiento externo. Fue Ella quien de su propia carne prestó a Jesús el cuerpo que desgarrado soportaba el dolor en la Cruz. Pero esto no era lo más importante, Jesús era Dios y Él era la Vida, y de esta vida vivía su Madre. Ella le hizo sugún la carne y Jesús a María según la gracia. María con su fe perserveró hasta el final la ruta incomprensible marcada por Dios Padre. No fue hasta Pentecostés cuando María entendió cuanto había guardado en su corazón mediante la fe (Guardini).

Y no acabó ahí su misión, sino cuando Jesús le confía a Juan diciéndola : «Mujer, ahí tienes a tú hijo» (Jn 19,26), Nuestra Señora de nuevo asiente y acepta la nueva dimensión de su misión: todos estabamos representados en San Juan, y en esta frase del Señor, se despliega la plenitud de la vocación maternal de la Virgen, la comunicación de la última consecuencia del misterio anunciado por Gabriel. María con su Fiat se había asociado a la Redención y su fidelidad había rebasado la última prueba. Corredentora, misteriosamente unia a Jesucristo desde toda la eternidad, a Ella le correspondía desempeñar el papel más importante en la aplicación de los frutos de la Redención (cf. Pío XII, Munificentissimus Deus).

El pecado por lo tanto era necesario para que existiera la Redención. Sin él, Jesucristo se hubiera encarnado para adorar de una manera infinita a Dios, pero no hubiera habido redención (tesis de San Francisco de Sales).
Hubo además unas últimas palabras de solicitud de amor al confiarla al discípulo que amaba, para que velase por Ella.
Juan supo apreciar la muestra de confianza del Señor agonizante. La Iglesia ha visto en esta escena a la pobre y desemparada humanidad, triste fruto de Eva, dada a luz de nuevo con el dolor de María en el Gólgota. Es muy frecuente el uso del paralelismo entre Eva y María, la nueva Eva y entre Adán y Jesús, el Nuevo Adán.

Toda la vida de María estuvo encaminada a desempeñar la función maternal con Jesús pero no debía cesar ahora, al morir Él. Cristo se prolongaba en la Iglesia naciente y necesitaba los cuidados maternales de una Madre, que solo María podía prestar. Y María prosiguío sin interrupción, desempeñando su papel .

Nadie debe sorprenderse de descubrir cada vez mayore perspectivas en su peculiar vocación . Así le ocurrió a María: la Anunciación no fue el punto final sino más bien el punto seguido.

La vida de la Virgen fue la realización de su vocaión en la tierra, el desarrollo de una semilla que contenía en su interior un mundo de consecuencias, y cada una exigía a su tiempo, la respuesta adecuada. María sigue desempeñando sus tareas de solicitud y cuidadao. Como Jesús es el Camino para el Padre, la Virgen es camino para ir al Señor, el camino más recto y más corto, el más seguro y fácil, pues a Jesús se va y se vuelve por María (Camino, 495 San José María Escrivá de Balaguer)

El Señor además prometió a sus discípulos que no les dejaría huérfanos (cf.Jn 14,18) les dejó a la Virgen como Madre. Y Ella nos ha mostrado siempre el camino, el modo de vivir en unidad con Cristo Jesús.

Ella nos ha dejado en su vida ordinaria y discreta lo mismo que en las ocasiones singulares, una sencilla lección tan perceptible como imitable.

Ella la Virgo fidelis, es la que nos ayuda a comprender lo único necesario, la fidelidad hasta alcanzar la plenitud de la vocación.

(Ibid. Cap VI, pp 283-310)